El “ritmo” de un viaje es algo tan personal y tan importante, que debemos tenerlo muy en cuenta en toda la planificación del viaje, pues de respetarlo a no hacerlo dependerá que volvamos o no contentos y satisfechos de las vacaciones.
Y resulta esencial por dos buenas razones: la primera es que nos determinará por completo el abanico de lugares que ver y lo que hacer. La segunda es que nos marcará “la pauta a seguir” para diseñar el trayecto que nos llevará a nuestro destino
Así, la posibilidad de “ver o hacer” muchas o pocas cosas durante las vacaciones dependerá de lo que nos importe madrugar o no; si nos va la marcha a base de vernos tres o cuatro pueblos en un día o si, por el contrario, somos de aquellos a los que nos priva levantarnos a las doce de la mañana o pasarnos tres horas ensimismados contemplando extasiados La Gioconda. Y si viajamos con niños o jovencitos…¡para qué hablar!. Todas esas cosas “consumirán” una cantidad de tiempo diferente y, por eso, nos convendrá tenerlas muy presentes.
La “fórmula mágica”, en suma, se resume en: “adaptemos el itinerario y las actividades al tiempo que estemos realmente dispuestos a dedicar a tales menesteres”. A cada el que corresponda.
Así los viajeros tipo “rabo de lagartija” podrán plantearse, a igualdad de tiempo, un plan de visitas y actividades mucho más amplio e intenso que el grupo de los “tranquilillos” quienes, lógicamente, deberán ser más modestos en sus pretensiones y expectativas; tanto a la hora de elegir destino como qué hacer una vez allí. A fin de cuentas de lo que se trata es que cada cual pueda disfrutar de su tiempo libre a su libre albedrío, aunque siempre procurando obtener el mejor aprovechamiento del tiempo disponible, por supuesto.
Con los años, nosotros hemos ido evolucionando desde el tipo “rabo de lagartija” a planteamientos más “suaves”, tanto en visitas como en desplazamientos. Y es que una vez superada la primera y muy larga fase viajera de “avidez” por ver y hacer cosas, tras quince años de intensísima experiencia campista por toda Europa las necesidades han ido transformándose y ahora nos vamos tomando las cosas con más calma, aunque “si el guión lo exige” no nos duelen prendas para estar al pie del cañón. ¡Faltaría más!.
Por supuesto, no exigirán el mismo esfuerzo intensivo y madrugador unas vacaciones en Asturias, en la Costa Brava o en el sur de Francia –que, gracias a su relativa proximidad, si algo se queda en el tintero ya se verá en la siguiente visita- que si nos vamos a las lejanas Dinamarca, Escocia o Hungría, por ejemplo, que no nos pillan para un "puente", precisamente.
En esos casos tener en cuenta los horarios y costumbres del país en cuestión, se convierte en un dato determinante para marcar decisivamente el “ritmo” que el viaje habrá de tener. En Suiza, por ejemplo, el comercio cierra de 12 a 14 horas. En tal caso, si no optamos por respetar las costumbres lugareñas y salimos del camping a las 11 de la mañana, por ejemplo, a buen seguro nos hartaremos de pasear por ciudades y pueblos “desiertos”. Y eso no pasa sólo en Suiza...
Y es que, de alguna manera, hemos empezado a sufrir los síntomas del llamado “Síndrome de Marco Polo”, que es esa sensación de “empacho” que aparece a la hora de visitar ciertos lugares turísticos. ¡Lamentablemente cada vez nos cuesta más encontrar sitios y atracciones que nos impacten y sorprendan como antes!. Echamos de menos aquellas, cada vez menos frecuentes, “descargas de adrenalina” que nos hacían quedarnos boquiabiertos al contemplar ciudades y lugares maravillosos. Es el precio de haber viajado tanto, pues muchos lugares empiezan a tener ese fastidioso regusto "a ya visto". De hecho ya vamos “pasando” de cosas que hace unos años nos volvían locos. Los castillos, por ejemplo. Cuando has visto tantos y tan buenos, la verdad es que “el candidato” tiene que valer mucho la pena para plantearnos la visita.
De esa manera empiezas “a cambiar el chip” y a valorar otras aspectos del viaje que antes quedaban más en segundo plano. No es que hayamos renunciado a visitar castillos y palacios, pero sí que nos hemos vuelto muy, muy selectivos. Afortunadamente todavía nos queda mucha tela que cortar y muchos lugares por conocer, así que por ahora la sangre no ha llegado al río. Lo que sí han cambiado son las expectativas y el “modo de plantear los viajes”.
Así pues, compaginar todas esas circunstancias con nuestros gustos personales y familiares será clave para elegir el “ritmo de viaje” que cada viaje precise.
Por último no quisiera dejar de recalcar, una vez más, la importancia de respetar “el ritmo” personal y familiar al plantear nuestras vacaciones. Pocas cosas pueden estropear con más éxito el más sugerente de los viajes. Ojo al dato, pues, con el “ritmo de viaje”.