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Puede que la llegada del euro a nuestras vidas no haya sido todo lo brillante y reluciente que nos hubiera gustado. El dinero tiene esas cosas.
El euro estuvo y está muy bien pensado, con múltiples y variadas ventajas.
Lástima que algunos listillos aprovecharan su llegada para forrarse haciendo que las “100 pelas de toda la vida” pasaran a ser, por arte de birlibirloque, un eurito.
Y así, con alevosía, le reventaron el estreno al pobre euro, que con tanta subidita de precios a traición, enseguida se ganó fama de “carero” sin comerlo ni beberlo. Así nos fue y así nos va.
Menos mal que los viajeros le tenemos más apego y cariño a la moneda única.
Al menos nos beneficiamos más fácilmente de una de sus grandes ventajas: ahorrarnos los cambios de moneda.
Gracias al euro se acabaron las visitas al banco y los dolores de cabeza por saber cuánta moneda cambiar a la hora de visitar la mayoría de países europeos.
Sí, nos hemos malacostumbrado. No hay más que ver lo desentrenados que nos pilla la cosa cada vez que queremos viajar a Gran Bretaña, a Suiza o a los países escandinavos (por no salirnos de Europa).
Y es que pasar del rollazo de tener que cambiar moneda (y pagar comisiones, que todo hay que decirlo) es todo un puntazo.
Lo confieso, a mí me gusta el euro. Igual es que mis gustos resultan un poco extravagantes…