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¡La que liaron los de la “Torre de Babel! Claro que gracias a aquello, ahora las academias de idiomas hacen su agosto…
En un mundo tan global como el que nos ha tocado vivir, si no dominas varios cientos de idiomas corres el riesgo cierto de acabar señalado como el gran paria del poliglotismo.
En realidad la cosa no es tan grave, pero seguramente estaremos de acuerdo en que hablar dos o más lenguas ayuda a comunicarnos más y mejor. Y cuanto más mayoritarias sean, mejor que mejor.
Hablar zulú y swahili molará mucho si vivimos en la sabana africana, pero no se antojan demasiado útiles allende los mares, algo que no ocurre con el idioma más “universal”, que no es otro que el de Shakespeare.
El inglés es harina de otro costal. Con el inglés “se puede ir a casi todas partes”.
Vale igual para viajar que para ganarse la vida casi no importa donde.
A mí me encantan los idiomas, me resultan muy útiles en los viajes. Hablo unos cuantos con más o menos fluidez y chapurreo algunos más. Lo cierto es que cuantos más idiomas conoces, más fácil es aprender otros. ¡A eso se le llama “aprovechar las sinergias”!
El caso es que los idiomas son nuestra eterna asignatura pendiente.
¡Cuántas veces habremos oído decir eso de “Es que como no hablamos idiomas…” para justificar no viajar más allá de los Pirineos.
¡Hay que hablar inglés! Es lo menos que deberíamos hacer como viajeros de pro. Y si nos ponemos finos y exigentones, también francés y alemán. Con ese bagaje ya no habrá país europeo que se nos resista.
Y digo “hablar”, no “estudiar”. Fuera temores y vergüenzas. Para bandearnos por esos mundos de dios no hace falta traducir a Shakespeare. Bastará con dominar el suficiente número de palabras y unas nociones gramaticales básicas para entender y hacernos entender.
Obviamente si además somos capaces de usar el idioma con estilo y corrección, mucho mejor.
Dominando idiomas nosotros viajaremos más contentos y confiados y los lugareños nos lo agradecerán. Seguro.