Relato sin terminar de afinar.
En breve estará listo, con los enlaces operativos, además de las fotos.
Disculpad, entretanto, las molestias.
Estoy a vuestra disposición en...
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Recorriendo Bohemia y el país de los magyares.
(Hungría y la República Checa – 2006)
Los preparativos.
Hacía años que deseaba conocer la República Checa, la antigua Bohemia, desde que, tras una visita a “FITUR”, me cautivaron los fantásticos folletos de la Oficina de Turismo Checa. Espléndidos pueblos barrocos, espectaculares castillos y muy especialmente la sugestiva Praga nos estaban esperando.
Sin embargo, mi esposa Rosa, no compartía semejante entusiasmo ante la perspectiva de pasar las vacaciones por aquellos lares, pues las todavía precarias infraestructuras del país y, muy especialmente, los problemas de seguridad que pudiéramos encontrar en los ex – países del Telón de Acero “enfriaban” notablemente sus ganas. No obstante la paciencia tiene recompensa y tras un par de “aplazamientos”, por fin en el verano de 2006 mi deseo se hizo realidad.
En un principio Hungría no entraba en los planes, pero era evidente que si íbamos a estar pasar por Viena – ciudad a la que no regresábamos desde 1995 – sería una pena no acercarnos también a Budapest y al país de la páprika. Así fue como la patria de los magyares terminó en el saco.
Gracias a la amplia documentación, abundante en fotografías, que sobre ambos países habíamos conseguido en FITUR, las guías turísticas y la inestimable ayuda de internet, resultó sencillo establecer un completo itinerario.
Una sugerencia: si un monumento, lugar o ciudad os llama la atención, buscad fotografías en internet. Así “veréis” si las descripciones de las guías turísticas coinciden o no con lo que esperáis. Si hay problemas para encontrar imágenes, mal rollito. ¡Es que seguramente el lugar vale poca cosa!
Este “truco” resulta muy útil para ahorrarnos no pocas decepciones y algunos kilómetros extra. Ya hemos sido “víctimas” varias veces del “entusiasmo descriptivo” de algunos redactores de guías como para seguir tropezando con la misma piedra, aunque tampoco salimos “indemnes” del todo, como más adelante veremos.
Las páginas de previsiones meteorológicas como www.wunderground.com son también muy interesantes a la hora de planificar, especialmente cuando “de ir de paisajes” se trata, pues la naturaleza cubierta de nubes o bajo un paraguas no suele ser lo mismo. Así, si los augurios no son los deseados, siempre se puede pensar en un “plan B” por si se tercia.
El viaje hasta Austria.
El viernes 11 de agosto de 2006, por la tarde, salimos de Valladolid con nuestra caravana Rápido Club 39T, de techo elevable; fantástica compañera de tantos y tantos viajes. Esta vez venía con nosotros nuestra perrita “Una”, una encantadora teckel miniatura con un tamaño “muy manejable” para llevarla a todas partes. Ella lo ignoraba por completo, pero iba a viajar a la tierra de sus “ancestros”, pues su padre es checo. Hoy continúa ignorándolo.
Tras entrar en Francia, cenamos en el área de autopista de Bidart y a las doce y cuarto de la madrugada llegábamos al área de Bordeaux-Cestas para pernoctar. Es una gran área, con estación de servicio, restaurante y un hotel “Campanile”. Si a pesar de sus enormes dimensiones no hubiese sitio – lo que ya nos ha pasado alguna vez – frente al “Campanile” hay un túnel que enlaza el área del otro lado, dirección España. Allí suele ser más fácil encontrar hueco. Ojo al dato.
Para saber más de la mejor ruta para llegar a Alsacia/Alemania (ruta noreste) desde la frontera de Irún, (incluido en el apartado “Las mejores rutas para cruzar Francia” de esta web), pinchad en este enlace. Y si además queréis ahorrar unos euros en los repostajes franceses, haced lo mismo en este otro.
Para el sábado teníamos prevista una etapa de casi 1.000 km. hasta el área de Baden Baden, en la autopista A5 alemana. De Burdeos a Baden Baden, la ruta que seguimos es la que proponemos en el enlace anterior.
Una vez en Mulhouse, en Alsacia y antes de entrar en Alemania, desde allí caben dos posibilidades para llegar a Baden Baden con la caravana: subir por la autopista A5 alemana –toda la red alemana es gratuita- o bien hacerlo por la autopista gratuita francesa A35 hasta Estrasburgo, para después tomar la salida 56 y enlazar con la autopista alemana A5.
Dicho esto, ¿qué opción es mejor? Pues depende. Los coches y las autocaravanas tienen fácil la decisión: la autopista alemana, sin duda. En cambio con remolque o con caravana la elección dependerá de la hora del día en que vayamos a circular. Entre las siete de la tarde y las seis de la mañana, la mejor elección es la A5, pero fuera de esas horas la cosa se complica.
Por si alguien no lo sabe, bastantes tramos de autopista en Alemania están sujetos a una limitación que pretende agilizar el tráfico: ni camiones, ni autocares ni vehículos con remolque tienen permitido el adelantamiento, excepto en las horas antes señaladas. En otras autopistas, la limitación empieza a las 20 h.
No es norma general en todo el país, pero sí en el tramo de Mulhouse a Baden Baden. Circular detrás de un lento camión puede ser muy enervante, pero también hay que tener en cuenta que bordear Estrasburgo a ciertas horas del día es casi garantía de gran atasco o “bouchon”, como dicen los franceses. En fin, dicho queda. Bajo un fuerte aguacero, optamos por Alemania, pues eran ya las ocho pasadas cuando cruzamos la frontera natural del Rin.
Y nos esperaba el “Jardín alpino” de Kitzbühel... o eso creíamos.
El domingo iba a ser un día especial, pues teníamos un “asunto pendiente” que saldar en el Tirol, aunque ello iba a depender del tiempo atmosférico. Si el cielo estaba despejado al llegar al desvío a Kufstein, ya en Austria -cosa difícil con la que estaba cayendo el sábado- acamparíamos allí con el fin de visitar el jardín alpino de Kitzbühel, nuestro principal objetivo. En caso contrario, que parecía lo más probable, acamparíamos en Sankt Lorenz, a orillas del lago Mondsee donde nos estarían esperando Pepe y Nany, nuestros amigos de Castellón y ya iríamos al jardín otro día.
A medida que avanzábamos hacia el este, sorprendentemente el cielo fue despejándose más y más y, al cruzar Munich, el sol ya brillaba con fuerza. En la autopista A8 de Karlsruhe a Augsburg no hay limitación de adelantamiento, pero de Augsburg a Munich, sí, desapareciendo nuevamente hasta Salzburgo, lo que sin duda ayudó a la placidez del viaje.
El sol seguía brillando y parecía que, por fin, se nos iba a lograr visitar el dichoso jardín alpino después del fiasco sufrido once años atrás debido a una inoportuna nevada. Para colmo, en 2005, las inundaciones durante el viaje a Suiza también nos impidieron visitar uno cercano a Interlaken. Estaba visto que los jardines alpinos se nos resistían.
Antes del desvío a Kufstein, en la autopista A12 austríaca, nos detuvimos en un área alemana a comprar la viñeta de peaje para circular por las autopistas austríacas. Grandes carteles anuncian su venta. Cuesta 7,60 € para 10 días para el coche, la caravana no necesita.
Estando allí llamó Pepe para decirnos que acababan de llegar al “Austria Camp” de Sankt Lorenz y que únicamente quedaba una plaza libre, pero que la recepción sólo nos la reservaba hasta las cuatro de la tarde. Entonces se nos planteó el dilema entre visitar el jardín alpino -el cielo azul nos decía: “venid, venid”- o arriesgarnos a no tener plaza en el camping. Ya que nuestros amigos se habían desplazado ex profeso desde Suiza para pasar tres días con nosotros, optamos por dejar la escurridiza visita al jardín alpino para los siguientes días, confiando en que el tiempo acompañase. Eso nos obligaría a hacer algún kilómetro de más, pero eso era lo de menos.
Austria.
A eso de las 14 h. llegamos a Sankt Lorenz, en los paradisíacos alrededores de Salzburgo. Hasta las tres de la tarde el camping no abría de nuevo la barrera y paramos a comer un poco antes del camping. Debéis tener muy en cuenta que en la zona germánica (Alemania, Austria y Suiza) es costumbre en los camping, el “mittagruhe”, que consiste en bajar la barrera, por descanso, de las 12-13 h. a 14-15 h. dependiendo del lugar. Eso supone no poder acampar, ni entrar ni salir con el vehículo durante ese período.
Una vez allí, con gran asombro, nos encontramos con que realmente había varias plazas libres, no sólo una como le habían dicho a Pepe. Habíamos estado en ese mismo camping once años atrás, que cuenta con acceso directo al lago y nos apetecía mucho volver, pues es estupendo. En aquel momento el sol brillaba con fuerza y le pregunté al dueño –un perfecto cantamañanas al que nuestras quejas por su poca seriedad no parecieron importarle demasiado - por las previsiones meteorológicas para los siguientes días. “Best and best”, me contestó muy ufano. Pues mira qué bien, nos dijimos.
Pasamos la tarde en St.Wolfgang, un encantador y típico pueblecito austríaco a orillas del lago de mismo nombre. Muy turístico, es visita obligada en la zona, por la belleza de sus fachadas. De vuelta al camping, nubes negras empezaron a poblar el cielo y, de repente, se levantó un viento “hipohuracanado” que nos obligó a plegar a toda el prisa el toldo de la caravana de Pepe y Nany. ¡Llovía a cántaros y lo peor aún estaba por llegar!. Vaya vaya con el “best & best”, pensamos…
El jardín alpino de Kitzbühel y Salzburgo.
La sombra de “la maldición del jardín alpino” se cernía, una vez más, sobre nuestras cabezas. La mañana se levantó gris y cubierta. No era lo mejor para dar ánimos, desde luego, pero cabía la esperanza de que 100 km. más allá hubiese un milagroso “microclima” que hiciera que las cumbres estuviesen lo suficientemente despejadas. Vana ilusión. Lejos de mejorar, llovía cada vez más. En Kitzbühel las nubes casi podían tocarse con las manos. ¡Qué flash!.
Desde el pueblo, que es muy bonito con sus fachadas de colores, hay dos formas de acceder al jardín alpino, en la cumbre del “Kitzbueler Horn”; bien en teleférico, bien por una empinadísima carretera de peaje, que se toma a las afueras del pueblo, dirección St. Johann.
Muy contrariado por el cúmulo de despropósitos vividos en las últimas horas, decidí hacer una última intentona subiendo en coche - para desesperación de Rosa, cuya poca estima por las reviradas carreteras de montaña es inversamente proporcional a su sensatez- con la esperanza de que la cumbre apareciese despejada sobre el colchón de nubes, pero iba a ser que no. La “maldición del jardín alpino” se había consumado una vez más, así que “saldar el asunto pendiente” debería esperar… ¿once años más?. (Nota: No hizo falta esperar tanto. Al año siguiente, de camino a Berlín, por fin, se nos logró poner el pie en el ansiado jardín...)
De camino a Salzburgo, paramos a comer en Bad Reichenhall, población que no vale mucho la pena. Una vez en la ciudad de Mozart es complicado aparcar en pleno centro. Pasad como del demonio del parking “Altstadt” (ciudad vieja), salvo que no haya coches haciendo cola en el acceso. Allí nos pasó lo nunca visto.
Después de una larga espera para entrar ¡resulta que permiten el acceso a más vehículos que plazas libres hay!. Eso provoca que los coches estén dando vueltas y más vueltas buscando un hueco que no existe. Un caos. Hartos por la cola y la tomadura de pelo de las vueltas sin lograr aparcar, logramos que nos permitiesen salir sin pagar. Al final acabamos estacionando en uno de los parking al aire libre, de pago, que rodean el casco antiguo y que posiblemente sean, de antemano, la mejor elección. A fin de cuentas las distancias a la catedral y a Getreidegasse, la calle donde nació Mozart, no son excesivas desde ninguna parte.
De Salzburgo no hay mucho que decir que no se haya dicho ya. Es una espléndida y encantadora ciudad barroca, aunque tan abarrotada de gente que el encanto queda, a menudo, en segundo plano. La lluvia nos dio una pequeña tregua y pudimos ver la ciudad con relativa comodidad hasta casi el final de la tarde.
La estrecha Getraidegasse, con sus características enseñas de hierro forjado de las tiendas sobresaliendo de las paredes, es paso obligado para todo visitante. La fachada de la casa natal de Mozart congrega a decenas de “fotógrafos” de los cuales, qué raro, ¡más de la mitad son hijos del país del Sol Naciente!. También muchos españoles y bombones con el rostro de Amadeus por todas partes. Eso y mucho más es Salzburg.
La Catedral, el carillón de Residentzplatz y la estatua del músico son lugares de visita inexcusable. Nos reencontramos con nuestros amigos en el camping. Ellos se habían marchado antes de que llegásemos a la ciudad, pues ésta se puede ver en una mañana o una tarde si pasáis de museos, exposiciones, conciertos, del palacio de Mirabell o de la fortaleza que lo domina todo desde lo alto.
Hallstatt, el “Mundo Gigante de Hielo” y Berchstesgaden.
El martes amaneció cubierto, pero seco. Pasamos la mañana en Hallstatt, idílico pueblecito a orillas del lago Hällstatter See, rodeado de cumbres. La impresión que produce el lugar es similar a la de estar en los fiordos noruegos.
En Hallstatt, aparte del pueblo, dos son las visitas turísticas posibles: las minas de sal y la cueva de hielo de Dachstein, fantástica, aunque haya que subir en teleférico hasta la entrada. Ambas son muy interesantes, pero al haberlas visto ya años atrás, optamos por visitar esta vez la “Eisriesenwelt”- la cueva llamada “El Mundo Gigante de Hielo” - situada en Werfen, a unos 50 km. de distancia. Craso error, la de Dachstein es mil veces más bonita.
Para aquellos que os acerquéis a Hallstatt, sabed que la visita a las minas de sal es muy divertida, especialmente si se viaja con chicos. Se sube en funicular desde el pueblo. Una vez en el interior, hay que ataviarse con mono de minero, casco incluido y subir a un trenecito en el que se hace gran parte de la visita. Al final, deslizándoos por un larguísimo y muy flipante tobogán de madera, llegaréis de nuevo a la salida.
Comimos y nos fuimos a la “Eisriesenwelt”, que presume de ser la cueva de hielo más grande del mundo, pero ni de lejos la más bonita. Llegar a la cueva es largo y fatigoso; primero es necesario subir en coche una retorcida carretera hasta el “parking” –léase, los costados de la carretera- para después andar unos 20 minutos de empinada cuesta hasta el teleférico que costaba, en 2006, 17 € ida y vuelta.
Pepe y Nany nos despidieron en ese punto, ya que las cuevas no son santo de su devoción. Una vez arriba nos esperaban otros 20 minutos más de camino, más suave, hasta la boca de entrada. Las visitas son guiadas en alemán e italiano.
La cueva es gigantesca, es verdad, pero lo único espectacular que se ve, por decir algo, son los inmensos bloques de hielo. Sin apenas figuras o formaciones que eviten la sensación de estar dentro de un enorme cubito de hielo, el recorrido es bastante monótono.
La única iluminación existente son las lámparas de gasógeno que se reparten por el grupo. El recorrido dura una hora y diez minutos y se hace muy, muy largo y cansado por la estrechez de los pasadizos y los cuatrocientos y pico escalones que nos esperan nada más entrar.
“Una”, bien metida en el bolso de mano, no dijo ni “guau” y nadie se enteró que un can también formaba parte del grupo. Ojalá hubiésemos vuelto a Dachstein, que fue la primera intención. Esa cueva es otra cosa, repleta de espectaculares estalactitas y estalagmitas de hielo y con un recorrido más breve, que deja mucho mejor sabor de boca. Por supuesto, en ambos casos es imprescindible llevar ropa de abrigo y buenas botas de montaña.
Como Alemania está a un paso, cuando llegamos a Berchstesgaden -el pueblo bávaro en el que Hitler tenía emplazado su famoso “nido de águilas”- el comercio ya estaba cerrado. El conjunto urbano es curioso, pero no embelesa.
Lo que sí vale la pena es acercarse al embarcadero del lago Königsee, a sólo cinco km de distancia. “El Lago del Rey” sólo puede visitarse en barco de vapor, pues no hay carretera que lo bordee. No obstante el embarcadero es precioso, con sus edificios de madera policromada. Como es una zona de recreo muy turística, el parking es de pago, aunque a las siete y media de la tarde las barreras estaban levantadas.
Lo mejor del día fue toparnos con un inesperado festival folclórico bávaro, con grupo coral ataviado con trajes típicos y todo, además de cerveza a raudales, salchichas y leberkäse a porrillo. Genial. Por supuesto cenamos allí mismo, en las típicas mesas corridas. Cuando por fin llegamos al camping, a las tantas, nuestros amigos ya creían que se nos había tragado la tierra.
La abadía de Melk y Viena.
Con el miércoles llegó la hora de la despedida. Pepe y Nany se iban a Munich y nosotros a Viena.
De camino paramos en la abadía de Melk, de la cual guardábamos un especial y fantástico recuerdo del primer viaje, quizás porque al ser la primera gran iglesia barroca que vimos entonces, el impacto fue increíble. Sin embargo nada hay más peligroso que esperar repetir emociones intensas once años después.
Desde luego sigue espléndida y seguimos recomendando la visita a toda la abadía, pero después hemos visto ya tantas iglesias de ese estilo que Melk nos supo a muy poco. Otra pequeña decepción más que añadir a las que ya llevábamos desde el inicio del viaje. Si queréis visitar la abadía con la caravana a cuestas no tendréis ningún problema en el enorme parking gratuito. 7 € cuesta la entrada por persona. Leer más sobre a hacer paradas en ruta.
A las tres menos cuarto entrábamos en el “Aktiv Camping Neue Donau” de Viena, tras 100 km. de viaje desde Melk. Es un camping bien situado para visitar la ciudad, pues está cerca del centro, a orillas del Danubio y con autobús a la puerta. No es especialmente acogedor, pero los camping de gran ciudad raramente lo son. A cambio tiene buenos servicios y un precio correcto, 25,30 € por noche.
Sólo una tarde estaríamos en Viena, pues la longitud del viaje no nos permitía más tiempo. Teníamos ganas de pisar la capital imperial de nuevo, pero con tan escaso tiempo disponible, nos conformamos con dar una vuelta por el centro, tomarnos un café vienés en Demel’s –frente al palacio de Sissi- y terminar el día en el parque del Prater.
Pasamos del bus para ir al centro, cuya parada está en la puerta del camping y optamos por una opción más cara, pero más ajustada a nuestras necesidades al tener que volver desde el Prater por la noche. Aparcamos el coche en el complejo “Vienna Center”, situado en la misma orilla que el camping, antes de cruzar el Danubio. Pagamos 12 € por seis horas de parking. Tomamos el metro allí mismo. El billete para un día completo, sin límite de viajes, cuesta 5 €. Bajamos en “Stephansplatz”, la plaza de la catedral de San Esteban, con su característico tejado de losetas de colores. Lamentablemente no faltó a la cita el sempiterno andamio que siempre estropea la foto.
Viena es una ciudad monumental que hay que pasear y saborear despacio, sorbo a sorbo. Una buena idea, aunque no barata, es darse un paseo en un “fiaker”, los turísticos coches de caballos vieneses.
En “Demel’s”, selecta y encantadora cafetería vienesa, tuvimos la suerte de encontrar una mesa libre, así que nos tomamos el café acompañado de una “Sachertorte”, la famosa tarta de chocolate creada por el Hotel Sacher de Viena.
El día acabó paseando por el espléndido parque de atracciones del Prater, uno de los más antiguos de Europa, cuya noria del siglo XIX es su santo y seña. Entrar en el Prater es gratis, pues las atracciones se pagan por separado. Pensaba subir de nuevo en la noria que, de hecho, es un “gran mirador móvil” sobre Viena, pues solamente da una vuelta cada vez; claro que los 15 € que costaba el capricho me disuadieron del empeño. Rosa pasaba de subir y yo me consolé pensando que, a fin de cuentas, ese “cromo” ya formaba parte de “mi álbum de recuerdos”…;
Y pisamos Hungría, nuestro primer país “del Este”.
Con el jueves llegó la hora de pisar suelo húngaro. Reconozco que, a pesar de ir tranquilo acerca de lo que nos podían deparar los países “ex – soviéticos”, albergaba cierta prevención al respecto. ¿Sería Hungría realmente “tan moderna” como nos habían contado?.
De lo que no me cabía demasiada duda, a la vista de los folletos y de la lectura de las guías turísticas, es que el país no iba a extasiarnos. Si no hubiese sido por Budapest y por aquello del “…ya que pasábamos por ahí…”, creo que ni me lo hubiese planteado. Y ahora que ya conocemos el país en primera persona, confirmamos que no anduvimos muy descaminados con nuestras expectativas. La mejor prueba es que nos marchamos del país antes de lo previsto.
En nuestra opinión, es un país turísticamente tan plano como su famosa “puszta”, la gran llanura que ocupa tres cuartas partes del país, excepción hecha de Budapest, claro. Por supuesto que en cuestión de gustos no hay disgustos y a buen seguro muchos discreparán de esa impresión.
Lo que pretendemos decir es que es un país que no destaca por tener paisajes espectaculares o una arquitectura característica. En muchos aspectos y por razones históricas, el oeste es bastante similar a algunas zonas de Austria, aunque aliñado con algún que otro resto de los “tics de país ex – comunista” que aún perduran en Hungría y, por supuesto, con mucho más calor que en el país alpino.
No obstante y en honor a la verdad, hay que decir que las infraestructuras húngaras están a un nivel que sorprende al visitante. La red de autopistas es nueva y el parque automovilístico está en línea, por ejemplo, con el español. Ello no impide, por supuesto, que aún nos tropecemos con “reliquias” automovilísticas como los “Trabant” o “Wartburg”, emblema de épocas más oscuras. Todo ello es buena muestra de la “puesta al día” del país en muchísimos aspectos. No obstante todavía les queda mucho camino que recorrer, especialmente fuera de la capital, hasta alcanzar los niveles habituales en el occidente europeo.
La moneda húngara es el Forint y equivale a unos 4 cts. de euro; dicho de otro modo, 250 Huf equivalen a un euro más o menos. No se pueden conseguir en España -la corona checa tampoco- por lo que la única solución es comprarlos “in situ”. A sabiendas que el cambio no iba a ser el mejor, en la misma frontera cambiamos algo de moneda para no entrar de vacío, pues ya sabíamos por internet que en el camping de Budapest no aceptaban tarjetas de crédito.
Salvo en comercios de cierta entidad, os tocará pagar siempre en efectivo. En muchos aceptan euros, pero a un cambio nada interesante, por lo que conviene hacer bien los cálculos y echar mano de los cajeros o los bancos. En la misma oficina de cambio de la frontera nos vendieron la viñeta para la autopista, de diez días de duración, que es el plazo mínimo. Nos costó 2.500 Huf (10 €) para el coche. La caravana no la necesita. El trámite de la aduana fue mostrar simplemente el DNI… y ¡ya estábamos en Hungría, rumbo a Budapest!.
¡Y menuda llegada al camping de Budapest!
Nuestra intención era permanecer en Hungría hasta el lunes por la tarde, desplazándonos a todas partes desde el camping “Romái” de Budapest, situado en la carretera 11 a Szentendre. Lo elegimos por tener al lado la estación del tren de cercanías de la línea Budapest-Szentendre.
Junto al camping se encuentra uno de los típicos baños de la capital húngara, con varias piscinas de pago, por supuesto. Los Baños Romái carecen del encanto de los monumentales Géllert o Széchenyi de Budapest, pero a cambio están muy a mano estando en el camping cuando el calor aprieta y allí aprieta mucho.
El trayecto de autopista hasta la entrada a Budapest fue muy tranquilo, sin apenas tráfico, pero… ¡ay!. La placidez pasó a mejor vida por culpa de un tremendo atasco para enlazar la autopista M1 con la carretera 11. Y es que por el oeste de la capital no hay aún circunvalación, lo que obliga al tráfico de paso a meterse en pleno casco urbano, con lo que eso implica cada vez que queramos movernos hacia el sur o el oeste, claro.
Dicho esto, resulta evidente que el camping Romái no es una buena elección como base de operaciones y sólo vale para visitar Budapest, Szentendre y la Curva del Danubio. Y eso echándole moral a la cosa, porque es pésimo y, en proporción inversa a lo que ofrece, muy caro. Sí, vale, está en un pinar y con mucho control en la entrada, pero los servicios logran asustar al miedo, las parcelas no están delimitadas, el ambiente es lamentable y los mosquitos te pueden devorar a poco que te descuides.
Una de las recepcionistas hablaba un castellano perfecto, fruto de sus cinco años en Madrid, pero olvidaros de simpatías; como mucho, son correctos y gracias. Se puede pagar en euros o en forint. La salida de vehículos del bosque donde se enclava el camping es tremenda. ¡Ni se os ocurra salir en dirección a la autovía de entrada, aunque os parezca la dirección lógica a pesar de la señal obligatoria!. Simplemente no se puede salir por ahí. Obedeced la señal obligatoria de salida, que para eso está. Saldréis en el quinto pino –a fin de cuentas estamos en un pinar, ¿no?- pero al menos acabaréis en la carretera 11, eso sí unos km. más lejos.
La temperatura era de unos treinta y tantos grados. Entre lo mal que Rosa soporta el calor, ese camping tan fantástico y después de padecer un atasco del quince, no nos sentíamos precisamente entusiasmados con nuestras primeras andanzas por Hungría.
Szentendre y las máquinas de “billetes” de ferrocarril...
A la una del mediodía nos dispusimos a coger el cercanías a Szentendre, una de las localidades más turísticas y afamadas de Hungría, a juzgar por los elogios de las guías de turismo. Sin embargo las sorpresas desagradables del día aún no habían acabado.
El apeadero está a unos 200 m. del camping y no hay taquilla con vendedor de carne y hueso. Solamente una máquina dispensadora de billetes en cada andén, que funciona sólo con monedas... si es que funciona, claro, lo que no era el caso. Calidad a la húngara, lo llaman. Problema a la vista y muy gordo.
Sin posibilidad de adquirir los billetes por “fallo técnico”, sólo cabía arriesgarnos a subir al tren, “a pelo” y rezar para que el revisor ya hubiera pasado o no lo hiciera. Y es que nos habían advertido que pocas bromas en ese aspecto, pues a los extranjeros los fríen a multas en cuanto se tercia. Y teníamos todos los boletos de la tómbola para que nos tocase “premio”. Con más miedo que vergüenza subimos al vagón, con casi treinta minutos de viaje por delante. Al final hubo suerte y todo quedó en un mal rato, pero para que nadie se confíe diremos que nada más llegar a Szentendre –donde sí hay taquilla “con bicho”- compramos el billete de vuelta hasta Budapest.
Y fue un acierto por dos motivos: el primero porque el tren arrancó nada más llegar a la estación y así no lo perdimos y la segunda y más importante, ¡a los cinco minutos el revisor nos pidió los billetes!.
Si viajáis con animales no debéis preocuparos, porque tanto en Austria, como en Hungría o Chequia los perros se admiten en los transportes públicos. Si son pequeños, en bolso o transportín y si son grandes, atados, con bozal, y sólo uno por vagón. Para horarios y tarifas de los transportes públicos de Budapest y alrededores podéis consultar en www.bkv.hu . Existe una versión en inglés en la web.
Bueno, ya estábamos en Szentendre. Y sí, es un pueblo turístico, muy cuco, muy típico con sus casitas color pastel y muchas iglesias, algunas ortodoxas, debido a la población de origen serbio establecida allí en el siglo XVII. No faltan los montones de tiendas de “souvenirs” con manojos de paprika -pimientos secos típicos de Hungría- colgados por todas partes. Bordados y vinos hacen el resto. Evidentemente cada cual vende lo que tiene. Szentendre es bonito, pero hay muchos “Szentendre” por centroeuropa, así que no esperéis nada especialmente novedoso. Salvando eso, el lugar es bastante agradable.
A la rica gastronomía húngara...
Lo que nos ha encantado, para que no se diga que a todo ponemos pegas, es la comida húngara. Muy rica, de raciones abundantes y a muy buen precio. Probamos especialidades del país en la terraza de un restaurante con pretensiones por 22 euros los dos.
La sopa de “goulash” -el estofado de carne más genuinamente húngaro- era sencillamente deliciosa. Desde luego si vuelvo a Hungría alguna vez será a comer, sin duda alguna. Y la cerveza es de morirse. Allí se llevan las botellas de medio litro por algo menos de dos euros en restaurante. Lástima que esas “licencias” solo puedan hacerse cuando vas en transporte público, porque tanto en Hungría como en Chequia la tasa de alcoholemia es cero patatero, lo que no nos permite ni la más mínima alegría, ni desliz, si tenemos que conducir...
Pasamos en resto de la tarde en Budapest. Rosa estaba indispuesta, el calor le pasaba factura, y nos conformamos con terminar el día dando una vuelta a orillas del Danubio para contemplar el espectacular edificio del Parlamento -de estilo neogótico- cuando el sol poniente lo ilumina con una preciosa luz dorada. Nos acercamos hasta el Puente de las Cadenas y volvimos al camping. Ni tan siquiera pudimos sentarnos a tomar algo en una terraza porque las calles apestaban a alcantarilla a base de bien.
Budapest y el lago Balaton como destino final tras “la huida de Egipto...”
Casi todo el viernes lo pasamos en Budapest, pero antes volvamos al tema de las expectativas. Debo decir que Budapest me gustó. A Rosa bastante menos. Sí, me gustó, pero no es menos cierto que yo esperaba bastante más, mucho más de la capital húngara.
Salvo el entorno del Danubio y del Puente de las Cadenas, la sensación que nos quedó es que a la ciudad le hace falta una puesta al día a gritos, a pesar de los muchos esfuerzos que se están haciendo. Hay demasiados edificios destartalados todavía.
Posiblemente en circunstancias más favorables –menos calor, por ejemplo- nuestra impresión hubiera sido mejor, pero lo cuento tal y como lo sentí. Recomendamos su visita, eso sin dudarlo, porque no hacerlo sería muy injusto; pero sólo si las expectativas generales respecto a lo que nos va a ofrecer son bajitas, pues de esa manera seguramente la disfrutaréis mucho más que nosotros, porque realmente ingredientes para quedar satisfechos no faltan.
Paseando por Buda, la parte más antigua de Budapest y los billetes de metro y tranvía.
Subimos al Barrio del Castillo en el famoso funicular de Budapest, a cambio de 700 Huf, ida y otros tantos de vuelta, lo que no es muy barato.
Ah, una vez en la estación término del cercanías HUV, que también lo es de metro, comprad en taquilla los billetes válidos para los tranvías, metro y autobús, pues en los vehículos no los venden. Y validadlos en las máquinas nada más subir. Si no lo hacéis así el billete no será válido y os multarán con razón si os pillan.
La mejor opción es comprar un lote de 10 billetes sencillos por 1.660 Huf, siempre y cuando los vayáis a usar, claro, al menos en aquel momento. Os ahorraréis 20 Huf. por billete y no tendréis que estar pendientes de comprarlos cada vez que los necesitéis.
Al final nos sobraron 4 y se los regalamos a unos chicos polacos del camping que se quedaron tan “ojopláticos” como contentos. Ojo, esos billetes sólo son válidos para moverse por Budapest, no para el tren del camping a la ciudad, que tiene otro precio (185 Huf por persona).
El idioma no es problema. En general os podréis mover en inglés con relativa comodidad, pero conviene equiparse con un “diccionario de viaje” para aprenderse las palabras más usuales en húngaro, pues esas cosas, sin duda, los lugareños las agradecen y siempre ayudará un poco a que estén mejor predispuestos a echarnos un mano si fuera menester. El alemán también se habla mucho, cosa lógica, por aquello de las reminiscencias del imperio austro-húngaro.
Bueno, volvamos al Barrio del Castillo, ubicado en la antigua Buda y declarado patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Allí encontraréis el palacio real, que alberga varios museos, y cómo no, a miles de japoneses y cientos de compatriotas mezclados con gente de medio mundo. Budapest tiene tirón, desde luego.
En la explanada había un mercadillo de artesanía y un poco más lejos la curiosa estructura neogótica del “Bastión de los Pescadores”, junto a la iglesia de Matías, que me encantó. De estilo gótico, está toda decorada con pinturas por dentro como en sus mejores tiempos y es una preciosidad. Vale la pena pagar los 600 Huf de la entrada.
Entre ambos lugares, en un patio interior al cual se accede desde la plaza, hay un pequeño mercado de productos típicos con bastante encanto. Lo que ya no nos pareció tan interesante fue el aspecto del tan renombrado conjunto urbano medieval del barrio del castillo. Salvo algunas bonitas fachadas, el resto lo encontramos un pelín anodino. En fin, después de todo no estuvo mal la visita, a pesar del intenso calor que derretía los ánimos. Suerte de la ligera brisa para hacerlo más soportable y del espectáculo de aviones acrobáticos de “Red Bull”, que en aquellos momentos entrenaban sobre el Danubio. Bajamos en el funicular y tomamos el tranvía 19 hasta el famoso Hotel Géllert.
Y después de “Buda”, le tocó el turno a “Pest”.
Cruzamos el Danubio y entramos en Pest, la parte más nueva de la ciudad para visitar el Mercado Central, sito en un espléndido edificio histórico con torretas y tejado de azulejos de colores.
Nos encanta conocer los mercados de los países que visitamos. Es una estupenda manera de aproximarse “al alma”, o mejor dicho, al estómago de los lugareños. “Dime qué comes y te diré quien eres”, dice el refrán. Además da una idea muy válida del nivel real de vida del país.
Pero no fuimos al Mercado Central sólo por verlo, que vale la pena por sí mismo, si no a comer, ¡faltaría más!. Un internauta español recomendaba probar los platos que sirven, en plan casero, en un puesto de la planta superior del mercado. Riquísima comida autóctona a precios ídem, a cambio de comer en vajilla de plástico y mesas compartidas, aunque si hay suerte podemos llegar a pillar una mesa “privada” y todo. Lo que no se puede negar es que el ambiente tiene “mucho sabor”, tanto fuera como dentro del plato. Degustamos varios guisos por menos de 10 euros los dos, bebidas incluidas. Por poco que podáis, no deberíais marcharos de Budapest sin haberos dado una vuelta por el Mercado Central. Y si es a comer, mejor aún.
Y si queréis comprar botes de paprika en pasta, picante, para acompañar carnes, por ejemplo; o los típicos salami que hay por todas partes en el mercado encontraréis los mejores precios, muchísimo más bajos que en las tiendas de “souvenirs”.
A la salida del mercado paseamos por Váci Ut, la “calle mayor” de Budapest, con más edificios desconchados de lo deseable, pero bueno, al ser peatonal tiene su encanto, pues no faltan los sempiternos músicos callejeros que ambientan el paseo.
Nos acercamos a la fantástica sinagoga de Budapest, que lamentablemente estaba cerrada. Una pena. Eran las cuatro pasadas y mi intención era visitar la zona monumental de la Plaza de los Héroes y los Baños Széchenyi, desplazándonos en metro.
Sin embargo Rosa, que suspiraba por no tener que pasar una noche más en el “fantástico”camping “Romái”, planteó la posibilidad de coger el petate y largarnos al lago Balaton como alma que lleva el diablo en busca de un camping más potable en el que pasar la noche. Y acepté, porque tampoco me “sulibeyaba” la idea de pernoctar en el dichoso camping.
Así pues la Plaza de los Héroes quedó para mejor ocasión y a pesar de haber pagado religiosamente la noche de camping no consumida, salimos de Budapest con rumbo incierto hacia el lago Balaton, pues la chica de la recepción no nos dio referencias de ningún camping y no llevábamos guía de camping de la zona. Sólo nos dijo que el Balaton, el mayor lago de Europa – 15 km de ancho por casi 80 de largo y típica zona de veraneo húngara, pues no es vano es “su mar”- estaba lleno de camping, que “eran buenos” y que no tendríamos problemas para encontrar uno que nos gustase.
Y “huimos” hacia el Lago Balatón en busca de “salvación”...
A las 17,30 salíamos del camping. Nuevo atasco para cruzar la ciudad y mucho tráfico por la autopista, pues era viernes y la gente “huía” en desbandada de la capital hacia la típica zona de recreo para los budapestenses.
Al llegar a orillas del lago y tras entrar en un camping que era lo más parecido a un “castillo del terror”, y no exagero ni un pelo, salimos pitando de allí. El camino de acceso ya no auguraba nada bueno, pero cuando le pedí a la señora que me atendió –la bruja de Blancanieves era un ángel a su lado- que quería ver los aseos y vi aquel “museo de los horrores”, no me quedó otra que darle las gracias y salir por piernas en busca de algo “menos traumático”.
Caramba con los “buenos camping del Balaton”, nos dijimos. Todavía paramos en otro, un poco mejor que el anterior, pero que tampoco pasaba “la prueba del algodón”, así que había que seguir buscando. Menos mal que, por lo menos, no faltaban “candidatos”.
Cuando la noche empezaba a caer y empezábamos seriamente a preocuparnos por la hora de cierre de las recepciones de los camping, vimos el cartel del “Romantic Camping” y para allá que nos fuimos. De momento, el camino asfaltado de la entrada ya era buena señal.
Paramos frente a recepción y le dije a la dueña, que chapurreaba inglés, que antes quería ver los aseos, pues para birrias ya habíamos tenido bastante en Budapest, y que en ese momento era nuestro “criterio” prioritario para quedarnos en el camping.
Se ve que el comentario le hizo mucha gracia y entre risas me mandó camino arriba. El camping estaba en un bosque y la zona de acampada era un prado. Se respiraba frescor y tranquilidad, nada que ver con la tierra seca y el agobio del “Romái Camping”.
Había poca gente acampada, unos cuantos bungalows ocupados y un bloque de aseos antiguo, pero limpio, en el que todo parecía funcionar correctamente. Camping aprobado, salvando los mosquitos que, por lo que se ve, allí se llevan mucho. El precio de estar junto a un lago. Ya sabéis, loción anti-bichos a mansalva y a otra cosa, mariposa. Menos mal que íbamos preparados “para la vida moderna” y siempre hay un frasco de anti-mosquitos en la caravana.
Inesperada y “surrealista” fiesta nocturna al son de Julio Iglesias y Luis Aguilé...
Cuando regresé al coche encontré a Rosa charlando con un compatriota que estaba pasando unos días en uno de los bungalow con su novia. Nos dijo que el camping era de lo mejorcito de la zona y que los dueños nos invitaban a tomar una copa después de haber acampado. Muy sorprendidos, agradecimos la invitación y tras instalarnos, bajamos a recepción. A partir de ese momento vivimos una de esas inesperadas experiencias que hacen del campismo un mundo especial y maravilloso.
En la terraza de la casa que oficiaba de recepción estaban los dueños, con una pareja de amigos y con los españoles, todos sentados alrededor de un riquísimo hojaldre de cerezas y bebiendo el vino casero a base de ciruelas que prepara el dueño del camping.
El dueño no hablaba ni papa de inglés, así que hubo que echar mano del lenguaje internacional de signos. Muy enrollados, bailaban y reían como posesos con la música española que nos pidieron, mientras los observábamos con una mezcla de asombro e incredulidad. Y es que la dueña era una fan confesa de Julio Iglesias.
Después de los sinsabores del anterior camping esa fiesta era todo un regalo. El paisano nos contó que cada noche la pasaban así, de juerga. La “discoteca” era un Audi adosado a un altavoz gigantesco digno de un concierto de los Rolling, en el que sonaba “Soy un truhán, soy un señor” a todo trapo, aunque el despiporre general llegó al son de los gorgoritos de la “Juanita Banana” de Luis Aguilé. Tronchante.
El “jefe”, a pesar de mis inútiles resistencias, no hacía más que brindar y llenarme hasta el borde el vaso de su vino de ciruela, dorado y ligero, cada vez que se vaciaba. Yo me temía lo peor dada la insistencia del húngaro en que siguiera haciéndole los honores a Baco, pero os aseguro que tras “ingerir” cuatro enormes vasos, el vino no se me subió ni un pelín a la cabeza. Increíble. El compatriota ya me había advertido que ese vino no pegaba en absoluto, pero en aquel momento no le creí del todo, pero fue cierto cien por cien. Creo que, en el fondo, era más una especie de mosto que otra cosa, pero el caso es que estaba buenísimo. Y lo mismo hay que decir del hojaldre de cerezas. De muerte.
Desde luego aquella sorprendente experiencia húngara fue tan asombrosa como divertida. Sin duda uno de los mejores momentos de todo el viaje. Entre copa y copa, el español nos contó sus apuros en Praga con la policía checa. Un policía quiso multarlo por circular, según nos dijo, por una calle prohibida, a pesar de que él había pasado por allí multitud de veces y no había señal alguna de prohibición. Al negarse a pagar, el policía le retuvo la documentación y simplemente se largó con ella. Después de no pocos apuros y la ayuda de un testigo mexicano, consiguió recuperar su permiso de conducir a cambio de la multa “rebajada” y una “propinilla”, claro. Ya nos habían advertido de las “prácticas mafiosas” de algunos policías checos, pero contadas en primera persona resultaban aún más inquietantes, sobre todo porque Chequia nos estaba esperando y nosotros podíamos ser los siguientes…;
En el camping conocimos también a una simpática parejita húngara, Erszebeth y Miklos, cuya perrita enseguida hizo migas con la nuestra. Charlábamos a menudo y acabaron ofreciéndonos un exquisito guiso casero para cenar, una perola entera a base de patatas en dados y carne. Por nuestra parte correspondimos con una tortilla española –de las “sintéticas”- pero era lo que teníamos a mano. Intercambio “gastronómico-cultural” creo que lo llaman… Lo cierto es que nos llevamos un excelente recuerdo de nuestros “amigos” húngaros.
Veszprém, Székesfehérvár y Balatonfüred.
De haber seguido alojados en el camping de Budapest, hubiéramos hecho exactamente la misma visita, pero al estar ya en el Balaton, nos ahorramos también un buen puñado de kilómetros. No hay mal que por bien no venga.
El sábado por la mañana visitamos Veszprém, ciudad con un pequeño casco antiguo medieval. Un par de calles interesantes al lado del castillo y poco más. Después nos dirigimos a Székesfehérvár, la que fuera primera capital de Hungría en el medievo. Su casco antiguo, barroco, es mucho más interesante que Veszprém, con algunos rincones realmente bonitos. En algunos momentos recordaba las ciudades del este austríaco, pues no en vano las distancias no son grandes.
Tras acercarnos al castillo neogótico de Bory Vár, a las afueras de la ciudad, en cuyos alrededores había un mercadillo y una actuación de bailes autóctonos húngaros, lo que estuvo muy bien – el domingo, 20 de agosto, era la fiesta nacional – hicimos la consabida visita a un supermercado para hacer acopio de vinos, cervezas y otros productos autóctonos.
El resto del día lo pasamos a orillas del lago Balaton, en la turística localidad de Balatonfüred, el destino más afamado de la zona. Digamos que el entorno del lago desprende un aire algo cutre en general.
Lo mejor de Balatonfüred es su “paseo marítimo”, que alberga el busto de Rabindranath Tagore, en tiempos ilustre visitante de la localidad. No faltaban ni el típico mercadillo de artesanía ni los barcos que hacen travesías por el lago. Eso sí, no perdáis tiempo buscando “el casco urbano” de la localidad. Bastante lo malgastamos nosotros dando vueltas y vueltas. Lisa y llanamente nos tememos que no existe. Balatonfüred es un conglomerado apartamentos, chalés y hoteles y nada más.
El “parque de las estatuas comunistas”.
El domingo amaneció con un sol canicular. Para nosotros la fiesta nacional húngara, el 20 de agosto –día de San Esteban- empezó en el “Parque de las Estatuas”, a las afueras de Budapest. Alguien tuvo la ocurrencia de agrupar en un mismo lugar las gigantescas estatuas del antiguo régimen antaño desperdigadas por la ciudad. Es una visita curiosa por la carga histórica que tiene. Lástima que el lugar sea tan cutre, desaprovechado e inhóspito. Se ve en un cuarto de hora y eso entreteniéndonos.
No obstante merece la pena verlo. Lo mejor es ir en vuestro coche, porque aunque hay transporte público hasta allí, el parque está en mitad de ninguna parte. Incluso puede visitarse con la caravana enganchada, pues el parking es una simple explanada. Más información en www.szoborpark.hu
El mercado “del puente de los nueve ojos” del parque de Hortobágy.
En un principio teníamos previsto acabar el día en Debrecén, ciudad situada muy, muy lejos de Budapest, a “sólo” 250 km. de distancia de la capital y casi pegando a la frontera ucraniana. Claro que al estar a orillas del Balaton, lógicamente la excursión implicaba casi 200 km. más sobre los inicialmente previstos, lo que nos llevó replantearnos la visita.
Y eso sin contar que, al final del día, acabamos acumulando más de 600 km. de recorrido para casi nada, como ahora veremos. Así pues no llegamos a ir a Debrecén, a ver la cabalgata floral, que era el motivo de la excursión. La “Cabalgata Floral” de Debrecén, el día de San Esteban es todo un acontecimiento en Hungría.
Claro que después de ver el “fantástico” mercadillo del puente de los nueve ojos, en el parque nacional de Hortobágy, situado en plena gran llanura, en la “Puszta”, se nos quitaron de cuajo las ganas de ir.
Coincidiendo con la fiesta nacional, cada año se celebra ese día el gran mercadillo, al cual se le supone -a partir de las informaciones turísticas- un especial carácter folklórico, con actuaciones, trajes típicos, etc. pues bien, es un fiasco de tomo y lomo, una tomadura de pelo en toda regla. Ni trajes, ni actuaciones, ni nada especial.
Al contrario, el mercado más cutre que os podáis imaginar sería una maravilla comparado con lo que nos encontramos en mitad de aquella llanura de calor asfixiante, un mercado de baratillo hubiera sido algo más digno. Para empezar, al bajar del coche la bofetada de calor fue de las que hacen historia. Más de cuarenta grados a la sombra y un bochorno de campeonato. Y para colmo, ni la comida de los puestos estaba rica.
En fin, un montón de kilómetros entre pecho y espalda para tan poca cosa. Si cuando os digo que si no encontráis fotos de algo en internet por algo será. ¡Ni una sola foto del mercadillo encontré!. Y visto lo visto, no me extraña en absoluto. Lo que pasa es que nos pudo la curiosidad.
Eger y su vino “Sangre de toro”.
Así que después de tan “traumática” experiencia, a ver quien era el guapo que se animaba a hacerse otros cien kilómetros más hasta Debrecén, a ver la “fantástica” cabalgata floral. Pero como de ahí sí había fotos y lo que vimos tampoco era para quitar el hipo, lo dejamos estar y acabamos el día en Eger, que al menos vale un poco la pena, aunque ello nos obligase a dar un pequeño rodeo más.
La ciudad de Eger es de lo más curioso de Hungría. Lo más pintoresco es la vista de la plaza con el castillo al fondo -imagen que sale en todo folleto publicitario de la ciudad- y el minarete musulmán más al norte de Europa. Tiene mucha fama el vino tinto que producen gracias a las viñas de sus laderas: el “Sangre de toro”. Y ya que hablamos de vinos, cerca de allí se cría el famoso “Tokay”, vino dorado y dulzón, que puede que sea el vino más conocido de Hungría.
Después de tantos kilómetros para “tan poca chicha”, lo paradójico fue que lo mejor del día acabara siendo, con diferencia, ¡las horas pasadas en el coche!. Bendito San Aire Acondicionado…
La Huída a Austria.
Visto el “éxitazo” del día anterior y el implacable calor que nos azotaba sin piedad, el escaso entusiasmo por Hungría que aún le quedaba a Rosa se agotó definitivamente.
Para aquel lunes teníamos previsto visitar la “Curva del Danubio” y la basílica de Esztergom –que nos quedaba muy cerca del otro camping y bastante lejos del actual, claro- y los dos días siguientes pasarlos en la Moravia checa visitando el museo al aire libre valaco y algunas ciudades de la región, por cierto, de las menos desarrolladas del país.
Teniendo en cuenta que ese “programa” tampoco sería la séptima maravilla del mundo y después de lo visto por la Hungría rural, decidimos cambiar por completo la ruta y regresar a Austria, buscando tanto un clima más suave como un ambiente “más occidental”.
No conocíamos Graz y al quedar la ciudad un poco a trasmano de las rutas principales, pensamos que el momento era ideal para “añadir ese cromo al álbum”. Ventajas del campismo. Si un sitio no gusta, adiós muy buenas y con la música a otra parte.
Precisamente para hacer frente con éxito a esos imprevistos cambios de rumbo –nada hay mejor que una buena planificación para poder improvisar con acierto- es conveniente llevar guías de camping y documentación de todos los países por los que debamos transitar. Nunca se sabe donde puede uno acabar.
Acampamos en el “Camping Central” de Graz y pasamos la tarde en esa preciosa y distinguida ciudad. ¡Qué cambio respecto a Hungría, aquello ya era otra cosa! Graz posee espléndidos edificios decimononónicos y no pocos vestigios medievales interesantes, empezando por la torre del reloj que domina la ciudad desde lo alto de la montaña. La ciudad realmente nos encantó.
Es también la ciudad natal de Arnold Schwarzenegger. Sin embargo parece que las relaciones de “Terminator” con sus paisanos no atraviesan su mejor momento. En su honor hace algunos años bautizaron el estadio de fútbol con su nombre, pero al actual Gobernador de California no le han sentado bien las críticas de sus paisanos a su afición a firmar penas de muerte y lisa y llanamente les ha retirado el derecho a utilizar su nombre en el estadio. En fin, cosas del amigo “Chuache”.
El martes, 22 de agosto, lo pasamos recorriendo lugares de la vecina región de Carintia (Kärnten, en alemán) que no vimos durante la anterior visita por esos lares: los bonitos pueblos medievales de Friesach, St. Veit y Klagenfurt, interesante ciudad a orillas del Wörthersee y capital de la región.
Al día siguiente cruzamos el país, de sur a norte, y acampamos en el Camping “Linz-Pichlingsee”. Ojo, para no perder las costumbres, tiene “mittagruhe”.
Algunos túneles de la autopista A9, a pesar de la viñeta, son de pago. La tarde discurrió a caballo entre la barroca Linz y la medieval Steyr, cuya visita recomendamos encarecidamente porque es verdaderamente preciosa.
Y en estas, llegamos a la República Checa…
Chequia nos esperaba, pero mi entusiasmo inicial por el país había entrado “en crisis”. Después de “la experiencia húngara”, estábamos más que escamados con lo que podíamos encontrarnos en la antigua Bohemia. ¡Fue entrar y nuestros temores no tardaron en hacerse realidad!
Antes de dirigirnos a České Budĕjovice, en Chequia, todavía nos detuvimos un rato en el pequeño pueblo medieval y amurallado de Freistadt, todavía en territorio austríaco. Aparcamos la caravana en un descampado que oficiaba de aparcamiento público y nos dimos una vuelta por la villa, a la que las guías turísticas honraban bastante. La verdad, no es nada especialmente impactante y si os la perdéis pues tampoco os pasará nada irremediable.
Cruzamos la frontera por la sinuosa carretera Linz – České Budĕjovice, por lo que nos “sumergimos” de inmediato en la “Chequia profunda” del montañoso sur. Tras cambiar moneda en la frontera a un precio bastante abusivo, compramos la consabida viñeta para la autopista (200 coronas por 10 días, unos 6,66 €).
A medida que avanzábamos hacia České Budĕjovice, los mil casinos, los tenderetes ambulantes vendiendo botellas con un raro líquido de color rosa-naranja, los clubs y las “niñas”saludándonos sonrientes a pie de carretera fueron el “paisaje” que nos dio la bienvenida a la República Checa. ¡Dios mío, dónde nos hemos metido”!- pensamos.
Al llegar a České Budĕjovice nos saltamos el desvío del camping, no demasiado bien señalizado, todo hay que decirlo. Dimos la vuelta unos cientos de metros más adelante, en cuanto nos fue posible y entonces descubrimos a un municipal -con una pinta mafiosilla increíble- literalmente “agazapado” tras unos arbustos. Bastante flipados por “el descubrimiento” supusimos que con ello pretendía pillar incautos infractores, pero entonces supimos el verdadero motivo por el cual estaba allí…¡estaba regulando los semáforos a mano!. Alucina, vecina.
Acampamos en el “Dlouha Louka”, un camping que la guía “Trotamundos” ponía bastante bien; si pasamos por alto que carecía de vallas – aunque estaban montándolas y también renovando las farolas, que buena falta hacía- y que los aseos estaban cerrados con llave para impedir “visitas ajenas”, pues el camping se encuentra en mitad de un parque público.
Y los cartelitos de “cuidado con los amigos de lo ajeno”, colgados en las puertas de los aseos, tampoco ayudaban demasiado a sentirnos “como en casa”. Bien mirado, después de todo los aseos no estaban mal y los amigos de lo ajeno no se fijaron en nosotros. Nada de tarjetas de crédito en el camping, por supuesto, pero tampoco fue caro, unos 12 € al cambio. Dispone de varios bungalows.
Český Krumlov y el episodio de los raterillos.
Después de comer nos fuimos a Český Krumlov, (leer Chésky Krúmlof), ciudad medieval, patrimonio de la UNESCO, que me apetecía muchísimo conocer.
Situada en un meandro del Voltava, el espectacular conjunto arquitectónico está presidido por la polícroma torre del castillo-palacio. La ciudad es muy turística y muy bonita también. Esa sí que no hay que perdérsela bajo ningún concepto.
Nos llamaron la atención los bajísimos precios de los restaurantes. Menús con muy buena pinta por tres euros. Lástima que llegásemos a la ciudad por la tarde y con la barriga llena...
Y entonces ocurrió la anécdota más chunga del día. Al ir a pagar el parking en la máquina, se nos acercaron dos chavalitos que empezaron a indicarme lo que tenía que hacer para pagar. Temiéndonos alguna jugarreta ante tanta “amabilidad”, tanto Rosa como yo extremamos la atención. E hicimos bien porque al caer las monedas del cambio en el cajetín, ambos se lanzaron como posesos a por ellas.
Claro que nuestras precauciones dieron sus frutos, pues estábamos al quite y cada uno sujetamos rápidamente la mano de un chiquillo. Les montamos la bronca padre y de esa manera pudimos recuperar nuestras monedas, aunque los muy puñeteros todavía lograron escamotearnos una. Con razón se marcharon sonriendo tan frescos. ¡Llevábamos sólo unas horas en suelo checo y ya habíamos superado con creces nuestros peores temores!.
České Budĕjovice, la cuna de la cerveza “Budweiser”.
Como a las cinco de la tarde el comercio cierra sus puertas en la República Checa (excepto en Praga), České Budĕjovice -leer Chéske Budiéyoviche- lo vimos muy “tristón”.
De todas maneras salvando la bonita plaza cuadrada, con sus fachadas barrocas de colores, tampoco es que tenga demasiado que ver. Los barrios de los alrededores del casco antiguo son un buen exponente de la época soviética y se respira un aire bastante, bastante cutre. Nada que ver con Český Krumlov, literalmente invadida por los turistas.
No obstante sería una pena dejar la localidad sin tomar una cerveza “Budweiser” en su ciudad de origen, cómodamente sentados en una de las muchas terrazas de la plaza mayor. Eso sí, si no hay que conducir, claro, que el límite de alcoholemia, como en Hungría, es cero patatero...
Las ciudades barrocas de Telč y Třeboň.
El viernes por la mañana nos esperaban Telč y Třeboň (leer Telch y Tréshboñ). Desde que vi en Fitur aquellos folletos de Chequia, que tenía yo muchas ganas de visitar ambas localidades.
Lo cierto es que lucen mejor en foto que “en vivo y en directo”, porque me llevé una pequeña decepción. ¡Con las ganas que tenía yo de verlas!. A pesar de todo quedé bastante satisfecho con la excursión a pesar de lo enervante de las carreteras checas. Estrechas, reviradas y llenas de camioncitos extremadamente lentos. Es conveniente calcular promedios de 50 km/hora para los desplazamientos por carretera, porque más deprisa no iremos, eso seguro.
Digamos al hilo de lo anterior, que el contraste de la Chequia “profunda” -o sea, todo el país excepto Praga, que es otro mundo- con Hungría es notorio en casi todos los aspectos. Yo pensaba que Chequia estaría más avanzada que su país vecino y no es así para nada. El parque automovilístico es mucho más viejo que el húngaro –más de la mitad de los coches son Škoda, de los antiguos- y el país está, en general, todavía muy “atrasado”.
Mucho trecho les queda para ponerse al nivel de los países más desarrollados del entorno. Praga, en cambio, es una capital maravillosa que nada tiene que envidiar a cualquier otra. Son dos realidades radicalmente distintas en un mismo país. Así que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que quien sólo haya estado en Praga no ha estado “realmente” en la República Checa, sólo en su capital.
Y nos fuimos hacia Praga, cambiando de planes.
Pasamos de visitar Jindřichův Hradec y después de comer decidimos trasladarnos a Praga, a fin de ganar medio día de más en la capital, pues aún unas tres horas de lentísimo viaje por carretera nos esperaban y era mejor hacerlos esa misma tarde, que no perder la mañana en interminables desplazamientos.
En los alrededores de la capital hay bastantes camping, pero elegimos el “Caravan Camp” por su buena situación y, sobre todo, por tener la parada del tranvía al centro en la misma puerta.
Nos costó bastante más de lo previsto encontrar el camping en Praga, el “Caravan Camp”. Debido a los atascos del viernes por la tarde, nos desviamos por una salida anterior a la prevista en la autopista y eso nos obligó a dar alguna vuelta de más antes de dar con él, pues a pesar de que lo llevábamos localizado en el mapa, la práctica ausencia de señalización no nos facilitó nada la tarea. Los gajes típicos de la época pre-GPS.
En compensación quedamos encantados con el camping, situado en las afueras de Praga, al oeste de la ciudad, pues como ya he comentado tiene la parada de tranvía en la misma puerta y en el bar venden los billetes. Comodísimo.
Afortunadamente llegamos antes de las 20,00 h. que es cuando cierra recepción, pues hay barrera. En caso de apuro hay un diminuto parking en la entrada. El paisano de recepción no hablaba inglés y menos mal que me defiendo un poco en alemán, pues en Chequia corre más la lengua de Goethe que la de Shakespeare, exceptuando siempre Praga-centro, claro. Es caro, 32 € al cambio y sin tarjetas de crédito, pero los aseos son correctos para lo que se estila en el país, si obviamos un cierto empeño general en no poner o no arreglar las cerraduras de los inodoros, lo cual, literalmente te deja con el c... al aire. El terreno es de hierba, sin parcelar, con algunos árboles.
Praga, la maravillosa.
El sábado y domingo los pasamos en Praga, ciudad que nos ha enamorado. Lo mejor del viaje, sin duda. Realmente preciosa y no usaré más epítetos para no resultar empalagoso.
El tranvía nº 9 nos dejó en la plaza de Wenceslao (Václavské Námĕstí), en pleno centro de la ciudad. El billete cuesta 20 kč, unos 75 cts. de euro; Un euro equivalía, en 2006, a unas 28-30 Kč.
Al igual que en Budapest, es imprescindible validar los billetes, que deben de estar previamente comprados, en las máquinas del tranvía o bus al subir. No os la juguéis porque también van a la caza del turista.
Y si os movéis en vuestro coche, mucho cuidado con aparcar donde está prohibido, que es en casi todas partes. Si veis una señal azul con la “P” de parking y la palabra “Reservé”, pensad que allí solo aparcan los checos autorizados. Nadie más. Y a la poli le gusta poner el “cepo” más que a un tonto un palote. Hemos visto coches “cepados” a puñados. En Praga el coche es, en general, un estorbo, así que en el camping estará estupendamente.
El sábado lo dedicamos a recorrer el centro a pie. Ese día hay que tener en cuenta que todas las sinagogas y lugares judíos están cerrados por el Sabbath.
En la Plaza Vieja (Staromĕstká Námĕstí) alquilamos por 600 Kč (20 €) un paseo turístico en uno de los modernos y simpáticos “bici-carro” que abarrotan la plaza. El “ciclero”, un chaval muy enrollado, nos fue explicando los puntos de interés del recorrido, sin importarle parar lo que hiciera falta para hacer fotos. Lógicamente no subimos al castillo, ¡pobrecillo de él si así fuera!, pero por lo demás recorre prácticamente toda la Praga antigua. Es una divertida y cómoda manera de hacerse una idea global del centro, aunque luego seguro que andando pasaremos de nuevo por la mayoría de esos lugares.
Realmente Praga es un catálogo de arquitectura al aire libre. Los edificios están espléndidamente conservados y no exageramos si decimos que en casi todas las fachadas existe algún elemento curioso, llamativo o interesante. ¡Qué diferencia con el resto del país!.
Comimos estupendamente en un restaurante típico checo, a precios “praguenses”o sea a “precios españoles”, en los soportales junto al mercadillo artesanal de la calle Havelská. Aparte de lo rico de la comida, lo mejor del lugar es que en la carta viene la foto del plato y así “se ve” lo que se va a comer, lo que evita sorpresas. Las raciones son muy generosas.
Eso sí, si podéis, pagad en efectivo. ¡Menuda “clavada a traición” nos pegaron por usar la tarjeta!. Nos cobraron varios euros de recargo por ello y sin avisar. La pega fue que me di cuenta tarde del desaguisado, cuando ya estábamos fuera del restaurante. Ojo con “esas cosas”, mejor preguntad primero si aplican algún recargo.
Una práctica bastante habitual para no admitir el pago con tarjeta en los comercios, es hacer la pamema de que no les funciona el datáfono, de esa manera se acaba pagando en efectivo que es lo que les interesa. Eso nos pasó un par de veces.
Lo que no recomiendo bajo ningún concepto es pagar con tarjeta si sacan una “bacaladera” de esas que se rellena el boleto a mano para hacer efectivo el pago. Nadie nos asegura que no modifiquen después las cantidades a cobrar. Y eso vale tanto para Chequia como para cualquier otra parte del mundo. No es un método seguro.
Por último, si pretenden llevarse la tarjeta a un datáfono fuera de vuestra vista, no lo permitáis y pagad en efectivo o no compréis. Nos han contado que algunos desaprensivos, no forzosamente checos, “copian” la banda magnética antes de devolverla al cliente. Así pueden usarla fraudulentamente y como no lo sabremos, los cargos serán a nuestra costa. Puede que no sea, afortunadamente, lo más habitual, pero toda precaución es poca contra la picaresca. De todas maneras digamos también que nosotros no tuvimos ningún problema con el dinero de plástico.
Después de comer nos dimos una vuelta por ”Malá Strana”, el barrio del Castillo, cruzando el fabuloso Puente de Carlos siempre abarrotado de guiris, pintores y artesanos. En la otra orilla los edificios barrocos dominan las calle, pues ese barrio se edificó en el siglo XVII. Muy interesante es la iglesia barroca de San Nicolás. Allí se encuentra también el museo de Kafka.
Recordad que a las cinco suelen cerrar la mayoría de museos e iglesias, aunque no el comercio. Precisamente por ello no pudimos visitar la Catedral de San Vito, enclavada en el interior del complejo arquitectural del castillo.
Nos disponíamos a subir hacia allí cuando vimos a un actor con zancos publicitando una pequeña sala de Teatro Negro, espectáculo visual a base de luces fosforitas muy típico de la capital checa. Llevábamos toda la mañana pensando que sería una pena marcharnos de Praga sin ver uno de esos espectáculos. Los mejores duran más de hora y media y suelen empezar a las ocho de la tarde. Como hay tantas salas que ofrecen ese tipo de teatro no suele haber problema para pillar entradas en el mismo día.
Como la perrita era un impedimento para ello, incluso llegamos a planteamos llevarla al camping y regresar a Praga para ir al teatro, pero no nos hizo falta, pues el zancudo actor nos dijo muy ufano: “The dog is free” (el perro es gratis). Le dije que si era un chiste, pero no, para nuestro asombro, hablaba totalmente en serio. La chica de la entrada nos aseguró que la sesión sólo duraba media hora y que, en efecto, nos permitían entrar con ella metida en su transportín. Dicho y hecho, ¡p’adentro!. Cuando la obra -modesta, pero simpática- acabó, nadie en la sala se había enterado que un can había sido un “espectador” más. Y así fue como vimos teatro negro en Praga.
La oferta cultural de la ciudad es impresionante y a precios muy asequibles. A partir de las seis de la tarde raro es encontrar una iglesia en la que no se ofrezca un concierto o una sala en la que no se haga teatro.
Kutná Hora y Praga en domingo.
El domingo por la mañana lo pasamos en Kutná Hora, localidad cercana a Praga que presume de pasado esplendoroso y de una catedral patrimonio de la humanidad de la UNESCO. Me apetecía mucho conocerla.
Muy especialmente por el osario de Sedlec, en una capilla situada a las afueras de la ciudad. Una vez vista la ciudad, digamos que del “esplendoroso pasado” -fruto de las minas de plata medievales- poco queda. Los edificios del casco histórico están demasiado ajados y al ser domingo el centro estaba extrañamente desierto. Exteriormente, la catedral es bonita y muy original con sus arbotantes, pero por dentro no vale gran cosa.
Lo que sí es alucinante es la capilla del osario. Por fuera no se adivina el macabro festival que nos aguarda tras cruzar la puerta…¡todo el interior está enteramente decorado con huesos humanos! Lámparas, escudos, todo. Todo hecho con fémures, cráneos, tibias y peronés de gente que nunca pudo imaginar que sus restos mortales acabarían siendo elementos decorativos. Es tan irreal, tan increíble, tan “gótica” que no hay que perdérsela. La entrada cuesta 40 Kč y quien quiera hacer fotos, entonces toca pagar 30 Kč extra.
A las dos de la tarde regresamos a Praga. Aparcamos en el parking del “Rodolfinum” (50 Kč/hora) y nos dispusimos a visitar el barrio de Josefov -el antiguo gueto judío- empezando el recorrido por el cementerio antiguo, muy pintoresco. La entrada a los monumentos y sinagogas es bastante cara. La combinada cuesta 490 Kč -pagando siempre en efectivo - unos 16,50 € por persona - pero es, sin duda, la mejor opción si queremos verlo todo lo que hay, que es mucho.
En cualquier caso no hay que perderse ni el cementerio ni la “Sinagoga española”, situada junto a la estatua a Kafka. La decoración interior es increíble, con las paredes policromadas en una explosión de color. Fantástica. Impresiona también la “Sinagoga Pinkas”, muy austera, con sus paredes “cubiertas” con los nombres de los 77.287 judíos checos deportados por los nazis.
No permiten fotos en el interior de los monumentos, así que solamente podréis hacerlas en el cementerio, con sus amontonadas lápidas medievales. Calculad 2 ó 3 horas para la visita a todos los monumentos incluidos en la entrada. Y eso sin entretenerse demasiado.
Después de un tentempié visitamos la catedral de San Vito que el día anterior se había quedado en el tintero. Bueno, es una catedral gótica con todo lo típico de una catedral gótica y tiene detalles realmente bonitos.
Después de un agradable paseo por el centro de la ciudad sólo alterado por un ligero calabobos, dejamos a “Una” en el camping y a las ocho de la tarde estábamos sentados en un teatro de marionetas para disfrutar del “Don Giovanni” de Mozart, (490 Kč. por persona, siempre en efectivo).
Al salir del teatro, casi a las diez de la noche, el ambiente de la calle era increíble. Había dejado de llover, las terrazas estaban a rebosar y los comercios seguían abiertos. Eso es genial porque no sólo permite aprovechar a tope el día, sino todo el fin de semana porque todo está abierto hasta las tantas, exceptuando los monumentos judíos el sábado, por supuesto.
Karlovy Vary, el rifi-rafe con la poli y Cheb.
El lunes iba a ser el último día en Chequia. Por la mañana nos trasladamos a la bonita Karlovy Vary, ciudad balnearia de gran renombre. Destaca tanto por sus preciosas fachadas siglo XIX, como por sus fuentes termales abiertas al público. Habiendo sido un reputadísimo “centro de veraneo” de la aristocracia austro-húngara, todavía conserva un decadente encanto, aunque al menos aquí los edificios están correctamente restaurados.
Nos alojamos en el “Sasanka Camp”, camping situado al norte de la ciudad, con unos aseos totalmente nuevos, que agradecimos notablemente.
Tratándose del último día en el país, ingenuamente llegué a pensar que lograríamos salir de la República Checa sin haber sido multados, pero me equivoqué de medio a medio. Karlovy Vary es la ciudad de las Termas, pero también de las prohibiciones. Es difícil dar un paso sin toparse con alguna señal que no prohíba cualquier cosa.
Así pues en las “colonnadas” - zonas porticadas donde se ubican las fuentes termales- abundan las señales en las que se prohíbe casi todo. Sin ir más lejos, en la moderna “colonnada” construida en la época soviética, ¡hay 12 cartelitos con prohibiciones para todos los gustos!. Algunas de las más pintorescas son entrar con cochecitos de niño, con paraguas, mochilas o equipaje.
Pues bien, en una de esas columnatas en la que, extrañamente, no había señal de prohibición alguna, un par de municipales nos multaron porque la perrita entró un metro y medio en la colonnada. En alemán y temiéndonos lo peor al pedirnos el pasaporte –que fue lo primero que hicieron- les pregunté que qué pasaba y nos dijeron que no se podía pisar allí con un perro y que nos tenían que sancionar por ello. Como no estaba yo por la labor de buscarnos más problemas, les pregunté el importe de la multa, pero dentro de lo que cabe les debimos caer bien porque para nuestro pasmo, ¡nos rebajaron la multa de 2.000 a 500 Kč sin mediar explicación!. Y curiosamente nos dieron recibo...
Por supuesto pagamos de inmediato –no era cosa de tentar la suerte con más quejas o preguntas inoportunas- y nos devolvieron la documentación, no sin antes explicarnos que toda la ciudad estaba vigilada con cámaras. En fin, fueron muy severos, pero correctos al fin y al cabo. También fue una faena, porque hubiera bastado una simple advertencia para que nos apartásemos, pero teniendo en cuenta que sólo nos quedaban 1.000 Kč en el bolsillo, digamos que salimos más que bien parados del trance.
En cualquier caso, sed muy, muy cuidadosos con cualquier norma, ¡incluso con las que no se ven!. De todas maneras esas son las cosas que fastidian las ganas de visitar los países del antiguo “Pacto de Varsovia”. Cuando la poli se convierte en “enemigo potencial” mal vamos...
El resto de la tarde lo pasamos en el coqueto pueblecito medieval de Loket, con su castillo y rodeado de bosques y en Cheb, con su encantadora plaza mayor, sus fachadas de entramado de madera y sus tejados con curiosas buhardillas con forma “de ojo” que parecen “mirarte fijamente”. Por su proximidad con Alemania la arquitectura es más parecida a la de su vecina germánica.
Acabamos la jornada en el “Carrefour” local, visita ineludible para aprovisionarnos de las especialidades gastronómicas locales.
Por la tarde empezó a llover con intensidad y el tiempo empeoró drásticamente. En cualquier caso, y tras el desagradable encuentro con la policía, nos acostamos con bastantes ganas de salir pitando de una tierra tan poco hospitalaria como la República Checa.
Iniciando la vuelta a casa…
Después de todo, habíamos ganado un día sobre el itinerario previsto y si el tiempo no fuera a ser tan malo quizás hubiera intentado convencer a Rosa para darnos una vuelta por los parajes del llamado “Paraíso Checo”, con las curiosas formaciones rocosas de Prachov, pero tras lo ocurrido y la segura lluvia, ni tan siquiera lo intenté.
Entonces nos planteamos pasar de nuevo por el Tirol y acercarnos de nuevo al jardín alpino, dando un pequeño rodeo a ver si por fin se nos lograba la cosa, pero una vez más iba a ser que no. El mal tiempo nos lo impedía otra vez.
Llamamos a Valladolid para que nos informasen, gracias a internet, de las previsiones del tiempo para el Tirol y sur de Alemania, pues la otra opción era parar en las ciudades de Ulm y Augsburgo, que también me apetecía visitar.
El tiempo en el Tirol era desastroso, así que pusimos rumbo a Augsburgo –cuyas previsiones meteorológicas tampoco eran muy optimistas- con intención de que, si al llegar no hacía bueno, seguiríamos camino hasta la francesa Obernai, vieja conocida de nuestras andanzas navideñas por Alsacia.
Al llegar a Augsburgo llovía a mares, así que ni nos detuvimos y, tras sufrir un atasco de campeonato en Estrasburgo, llegamos al camping de Obernai, que es de lo mejorcito que conocemos, quince minutos antes de las ocho de la tarde, hora de cierre de la recepción.
Visitando Alsacia en verano… un poquito “a la fuerza”.
El miércoles por la mañana, a primera hora, dimos una vuelta por la pintoresca y encantadora Obernai, a la que no conocíamos “vestida de verano” -con sus balcones llenos de flores- pues en navidad sus encantos son muy diferentes.
A las doce nos pusimos en camino hacia Beaune, en la Borgoña, famosa por sus caldos, con idea de visitar Dijon por la tarde. Pues bien, antes de llegar a Colmar un rodamiento trasero del coche empezó a sonar atronadoramente –los kilómetros no perdonan- y optamos por parar en el concesionario Ford, quien nos garantizó que, a las diez de la mañana del día siguiente, tendríamos el coche reparado si se lo llevábamos a las ocho.
Acampamos en el camping de la ciudad, rodeados de cigüeñas. Por la tarde nos regalamos un paseo por Colmar, que es una localidad maravillosa y el sitio ideal para tener una avería, pues es una preciosidad. Visitad Alsacia, tanto en verano como en invierno, porque es una pasada de bonita.
De finales de noviembre hasta el día de Navidad toda la región se engalana para celebrar las navidades a lo grande. Mercadillos, vino caliente, y gastronomía local a tope. Una experiencia inolvidable.
Borgoña: vino y mostaza.
Estando el coche reparado a las diez de la mañana, como nos prometieron, una hora más tarde estábamos en la autopista rumbo a Beaune, pero los sobresaltos aún no habían acabado.
A 60 km. de nuestro destino y circulando a 100 km/h. reventó la rueda izquierda de la caravana. Afortunadamente no pasó nada, con la fortuna de tener unos metros más adelante un aparcamiento de emergencia. El que no se consuela es porque no quiere. Cambiamos la rueda y continuamos viaje, acampando en el camping municipal “de les Cent Vignes”, en Beaune.
Comimos y por la tarde nos acercamos a la muy bonita Dijon, capital del vino de Borgoña y de la mostaza. Su centro histórico, medieval y renacentista es notable y disfrutamos mucho la visita, agradeciendo sobremanera el reencuentro con el sol y el cielo azul. ¡Y con la “charme française” tan alejada de la frialdad checa!.
Y hablando de mostazas y vinos, los venden por todas partes. Es impresionante la cantidad de variedades de mostaza que llega a haber. Aunque los precios son asequibles en general, si podéis, daros primero una vuelta por un supermercado. Seguro que allí no encontraréis todas las variedades, pero sí muchas y a un precio mucho más bajo que en las tiendas del centro. Si luego os encapricháis de alguna más “exótica”, por ejemplo “a la frambuesa”, en las tiendas estará esperándoos.
Y lo mismo ocurre con los vinos, salvo que busquéis alguno en particular, en cuyo caso no faltarán viticultores que os ofrezcan encantados sus vinos, el supermercado será la opción más económica para nutrir la bodega de casa.
El epílogo: viñas, aviones, coches y motos.
Pasamos la mañana del viernes en Beaune, tras comprar en un “Feu Vert” local una cubierta de repuesto para la caravana. Ojo con poner ruedas baratas en la caravana. No es buena idea. Al año siguiente, curiosamente en esa misma zona de autopista, volvimos a reventar un neumático. Leer más sobre los neumáticos para la caravana...
Si no fuera por el excepcional “Hôtel Dieu” -imponente hospital medieval con su tejado de espectaculares baldosas de colores- la visita al centro de la ciudad no valdría gran cosa. Eso sí, el “Hôtel Dieu” justifica de sobra la visita. Está muy bien ambientado con figuras de época y es muy interesante, además de bonito. Hace siglos también se practicaba la solidaridad con los menos favorecidos.
Antes de ir a por la caravana al camping, nos acercamos a un lugar absolutamente recomendable para los amantes de los coches de competición, las motos y, muy especialmente, los aviones de combate.
El castillo de “Beaune les Savigny” -de propiedad privada, situado entre viñedos- alberga maravillosas colecciones de todo ello. La de coches de competición “Abarth” es estupenda, pero la de los cazas es fantástica, en particular los numerosos “Mirage” y “Mig”. Como curiosidad hay también un pequeño museo de maquetas, dos pabellones repletos de motocicletas y otro de tractores “de vendimiar”. Una pasada de visita.
La entrada cuesta 8 € y deberéis calcular, al menos, unas tres horas si queréis disfrutar con calma de todo lo que ofrece. Tiene también un pequeño bar donde poder degustar los caldos de la propiedad. El aparcamiento es muy grande, por lo que se puede aparcar con caravana sin problemas si es preciso.
Aunque habíamos pactado con la recepcionista la salida a las dos de la tarde sin pagar un día extra, al ir a pagar había un tipo en la oficina que no fue ni tan amable ni tan comprensivo y muy groseramente se permitió el lujo de montarme un pollo por salir a las dos y media. Claro que discuto fenomenalmente bien en francés y, aunque disgustado por el desagradable episodio, nos marchamos sin pagar el día extra, pues así lo habíamos acordado con la compañera. En fin, esas cosas pasan, aunque afortunadamente muy esporádicamente.
Ya de vuelta hicimos noche en Burdeos. El regreso a casa no tuvo historia alguna y de esa forma terminamos un interesante periplo por centroeuropa. Lástima que la experiencia con los “ex – países del Telón de Acero” no fuera todo lo satisfactoria que nos hubiese gustado. No nos arrepentimos del viaje, pero creo que pasará bastante tiempo “hasta que nos dé el punto” de pisar por allí de nuevo… con la excepción de Praga. A la ciudad de las mil torres volveremos, por supuesto que volveremos…
Rutómetro:
FECHA | ETAPA | KMS. |
Viernes, 11 agosto 2006 | Valladolid-Área de Bordeaux-Cestas A 63 | 598 |
Sábado, 12 agosto | Área de Bordeaux-Cestas A 63 - Area de Baden Baden A5 (Alemania) | 1.003 |
Domingo, 13 agosto | Area de Baden Baden – Sankt Lorenz (Austria) / St. Wolfang | 489+58 |
Lunes, 14 agosto | Kitzbühel – Bad Reichenhall – Salzburg - | 249 |
Martes, 15 agosto | Hallstatt – Eisriesenwelt (Austria) – Berchstesgaden (Alem.) | 251 |
Miércoles, 16 agosto | St. Lorenz – Melk – Wien/Viena | 296+10 |
Jueves, 17 agosto | Viena – Budapest (Hungría) / Szentendre (tren) | 253 |
Viernes, 18 agosto | Budapest (Tren) / Traslado a Balatonkenese | 113 |
Sábado, 19 agosto | Szekeshefervar – Veszprem - Balatonfüred | 182 |
Domingo, 20 agosto | Budapest (Estatuas) – Hortobagy - Eger | 627 |
Lunes, 21 agosto | Traslado a Graz (Austria) / Graz | 239 + 19 |
Martes, 22 agosto | Carintia: Friesach – St. Veit – Klagenfurt - Wörthersee | 398 |
Miércoles, 23 agosto | Traslado a Linz / Linz - Steyr | 223 + 98 |
Jueves, 24 agosto | Traslado a Ceske Budejovice (Chequia) / Cesky Krumlov y C. Bud. | 107+55 |
Viernes, 25 agosto | Treboñ – Telc / Traslado a Praga | 201+176 |
Sábado, 26 agosto | Praga (tranvía) | - |
Domingo, 27 agosto | Kutna Hóra - Praga | 198 |
Lunes, 28 agosto | Traslado a Karlovy Vary / K. Vary – Loket - Cheb | 125+114 |
Martes, 29 agosto | Traslado a Obernai (Francia) | 687 |
Miércoles, 30 agosto | Obernai - Colmar | 90 |
Jueves, 31 agosto | Traslado a Beaune / Dijon | 270+84 |
Viernes, 1 septiembre | Ruta por la Borgoña y Traslado a Área de Bordeaux-Cestas A 63 | 18+634 |
Sábado, 2 septiembre | Área de Bordeaux-Cestas A 63 - Valladolid | 594 |
| Total Kms. | 8.461 |
Precios Gasóleo (Agosto 2006)
País | Horquilla de precios | Precios en euros |
España | 0,98 - 0,999 € | |
Francia | 1,11 – 1,18 € | |
Alemania | 1,174 € | |
Austria | 1,08 – 1,114 € | |
Hungría | 283,9 - 291 Huf | (aprox. 1,02 €) |
República Checa | 1,08 – 29,90 Kč | (aprox. 1,00 €) |
Campings visitados:
LOCALIDAD | CAMPING | PRECIO/Noche 2 adultos, coche+caravana y electricidad | Tjta. Créd. | Ca- lifi- cación | OBSERVACIONES |
Sankt Lorenz (Austria) | Austria Camp | 19,83 € | SI | 8 | Con barrera. Cierran por descanso de 13-15 h. A pie de lago. Bloque de aseos renovados y modélicos. Restaurante. Pizzas enormes y buenísimas a buen precio. Gran aparcamiento en la entrada, pero no permiten meter el coche. Parcelado. Camping “cuco”. |
Viena (Austria) | Aktiv Camping Neue Donau | 24,50 € | SI | 7 | Con Verja, no obstante cierran tarde y hay posibilidad de pernoctar a la entrada si se llega muy tarde. A orillas del Danubio cerca del casco urbano. Bus en la puerta hasta el complejo “Vienna Centre”. Desde allí metro al centro de Viena. Camping de gran ciudad, con las caravanas y autocaravanas pegadas unas a otras. Sin árboles. Buenos servicios. |
Budapest (Hungría) | Camping Romái | 21,20 € | NO | 4 | Lo mejor su situación para coger el tren a a Budapest. Al lado existen piscinas y baños, en un bosque. Camping malo. Mosquitos, aseos penosos. Ruidoso y sin parcelar. |
Balatonkenese Lago Balaton (Hungría) | Camping Romantic | 11 € | NO | 6 | Dueños amabilísimos. Servicios limpios y correctos. Prado. Mosquitos. Bungalows. Muy bien para el standard húngaro. |
Graz (Austria) | Campingplatz Central | 30 € | NO | 7 | Seguir las señales de autopista de Graz-Strassgang. Piscina incluida en el precio. Buenos aseos. Un poco caro para lo que ofrece. Autobús al centro en la puerta. |
Linz (Austria) | Campingplatz Linz-Pichlingsee | 18,60 € | SI a partir de 30 € | 7 | Salir en la salida de autopista de Linz-Pichlingsee, entre Viena y Linz. Al lado del lago. Muy pulcro. Cierra de 13 a 15 h. Es la segunda vez que lo visitamos. Con barrera. |
České Budĕjovice (R.Checa) | Dlouha Louka | 13 € | NO | 5 | Sin barrera. Coche en parking. Bolsa basura de pago. Si estáis más de una noche, vigilad que no os cobren una bolsa por día aunque no la uséis. |
Praga (R.Checa) | Caravan camp | 32 € | NO | 6 | Con barrera, la recepción cierra a las 20 h. – Tranvía nº 9 a Praga en la puerta. En el restaurante venden los billetes del tranvía. Prado. Arbolado. Sin parcelar. Muchos españoles. |
Karlovy Vary (R.Checa) | Sasanka camp | 15 € | NO | 7 | Prado. Sin parcelar. Aseos nuevos. Hablan alemán. Agradable. |
Obernai (Francia) | Municipal Le Vallon del’Ehn | 15,5 € | SI | 9 | Barrera. Recepción cierra a las 20 h. en verano y a las 19 h. en invierno. Aseos espectaculares, con calefacción. Parcelado. Sala de reuniones. Area para autocaravanas. Parking en la entrada. De lo mejor que conocemos. La srta. Annie habla algo de español.. |
Beaune (Francia) | Municipal de les Cent Vignes | 15,80 € | SI | 7 | Barrera. Parcelado, muy “reservado”. Viales muy estrechos. Restaurante. Aseos normalitos. |
Visitad la página web www.eurocampings.net/es/ de la Guía ACSI. Además de una amplia información de 8.000 camping europeos, por ejemplo si aceptan tarjetas de crédito, incluye un localizador geográfico muy útil para encontrar el camping. |