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| Los víveres y las comidas durante el viaje.
     Creo que si hay algo      que realmente nos diferencia a los campistas, unos de otros, son las      costumbres relacionadas con las comidas durante el viaje. Ciertamente cada      persona y cada familia es un mundo en ese tema.
   Hay costumbres para      todos los gustos. Desde los que comen siempre fuera de la caravana o      autocaravana, hasta los que hacen todas y cada una de las comidas en ella.      Desde los que guisan o fríen todo y de todo en la cocina de la caravana a      los que comen habitualmente “de marca”, o sea, a base de latas, platos      cocinados, etc.
   
 Mercadillo en Alkmaar (Holanda)   Desde luego no seremos      nosotros quienes pretendamos cambiarle las costumbres a nadie. ¡Faltaría      más!. Más bien se trata de llamar la atención sobre todo lo relacionado      con algo tan sagrado como es la comida y que conviene tener en cuenta de      cara al viaje. También comentaremos algunas costumbres y características      propias de varios países europeos relacionadas con el condumio: horarios,      mercados, gastronomía, etc.
   Una de las grandes ventajas      que tiene el “caravaning” respecto a otras maneras de viajar es que      podemos llevar con nosotros la despensa bien llena, con las ventajas que      ello conlleva. Tenemos cocina y frigorífico a nuestra disposición y eso es      algo que no todo el mundo puede disfrutar. Y algunos no se privan ni del      microondas...
   Y es indiscutible que      poder llevar con nosotros las vituallas, y poder prepararlas,      económicamente supone un ahorro muy importante, pues no estamos obligados      a comer siempre “de restaurante”. Ahorro tanto más importante cuanto mayor      sea la familia o el grupo.
   El frigorífico nos      permite conservar en buenas condiciones alimentos que, de no ser así,      difícilmente formarían parte de nuestra dieta mientras viajamos.
   Y la cocina nos permite      muchas cosas, desde calentar simplemente el contenido de una lata o de un      plato precocinado a hacer un auténtico guiso casero, dependiendo sólo del      tiempo y las ganas de manchar fogones.
   No obstante, lo      realmente importante es que, antes de salir de casa, tengamos claro cómo      “pensamos manejar” el asunto del comer estando de viaje. Para ello primero      habremos de despejar algunas dudas:
   Por ejemplo,      ¿Llevaremos con nosotros, de casa, casi toda la comida que podamos      necesitar a lo largo del viaje o, por el contrario, tenemos previsto      comprar la comida “in situ”, estemos donde estemos?.
   ¿Estamos dispuestos a      comer de bocata y cenar “caliente” en plan plato precocinado o, por el      contrario, no pensamos renunciar bajo ningún concepto a los dos platos,      pan, vino y postre –mantel incluido, por supuesto- ni aunque estemos en la      cima del Montblanc?.
   Da igual. Que cada cual      “se lo guise”, y nunca mejor dicho, como guste. Cada costumbre tiene sus      ventajas e inconvenientes. E interesa preverlos para que no nos pille el      toro.
   Si comemos en viaje en      plan “cocina de marca”, -afortunadamente hoy en día la variedad es enorme      y si no somos demasiado “exquisitos”, la verdad es que hay platos      precocinados muy bien logrados- conviene que hagamos todo el acopio      posible antes de salir de casa.
   Al menos en Francia, en      los supermercados, este tipo de platos suelen ser bastante más caros que      en España, por lo que no interesa comprarlos fuera, salvo que nos      decantemos por especialidades propias del país, en cuyo caso no sólo no      habrá nada que objetar sino que, por el contrario, haremos muy bien en      probar sabores diferentes.
   Si los gustos nos      llevan a querer hacer la compra casi “a diario”, entonces deberemos tener      en cuenta, a la hora de plantear las etapas, el tiempo necesario para esos      menesteres, que suele ser bastante.
   En nuestro caso solemos      llevar comida “casera” para los dos o tres primeros días de viaje, en      función del espacio disponible en el frigorífico. Durante el resto de      viaje somos de los que comen “de marca”, tanto de lo que ya llevamos de      casa como de las especialidades foráneas que vamos comprando a lo largo      del viaje. A veces se nos acumula tanta comida preparada que hay latas      “que han visto más mundo” que mucha gente.
   Un dato al que los      campistas no solemos prestar demasiada atención es el del peso      “innecesario”. Tendemos a llevar tanta comida en la caravana o      autocaravana –que no consumiremos- que lo único que hace es ocupar espacio      y sobrecargar supérfluamente el vehículo. Por eso mismo desde hace ya      algún tiempo procuramos dejar en casa todos aquellos víveres –latas, etc.-      que calculamos que no vamos a consumir durante el viaje. Eso no significa      que no llevemos suficiente comida. ¡Es que a veces parece que vayamos a      alimentar a un regimiento!.
   Para los desayunos      solemos llevar toda la leche necesaria para el viaje, incluidos batidos      individuales. Fuera de España, la leche suele estar bastante más cara. En      Francia los productos lácteos son bastante baratos, pero más caros que      aquí. En otros países, en cambio, los precios son más elevados.
   Si las comidas nos      pillan “de visita”, que será lo más habitual en la mayoría de etapas,      dependiendo del lugar solemos tirar de bocadillo, empanada o similar, algo      que se coma bien y sin marchar (y pese poco).
   Comer de bocadillo o      con ensaladas preparadas tiene la ventaja de que ahorra tiempo, pues      buscar un restaurante, esperar a que te sirvan y comer tranquilamente      también implica un tiempo que igual no siempre podremos tomarnos si con      ello dejamos de ver ciertas cosas...
   No obstante, cuando el      lugar que estamos visitando tiene fama gastronómica, entonces comemos de      restaurante o buscamos la manera de probar las especialidades locales. Y      es que el “turismo gastronómico” es tan importante, o más si cabe, que el      “monumental”. Afortunadamente son totalmente compatibles...
   Ejemplos son la “sopa      bullabesa”, típica de Marsella, o “la fondue de queso” suiza. En Zermatt, sin ir más lejos, nos dimos un buen      festín. En el mercado central de Budapest también      tuvimos ocasión de degustar un montón de platos húngaros a precio de      derribo. Si por algo volvería a Hungría sería por su gastronomía.
   Los mercadillos      franceses, alemanes u holandeses son excelentes lugares para hacer los      honores a los alimentos y platos locales a precios muy asequibles:      excelentes bocadillos de pescado en las ciudades del norte de Alemania;      salchichas alemanas, crêpes franceses, arenques marinados y mejillones      fritos en Holanda, etc.
   En general procuramos,      buscando la pertinente información en internet, que las visitas a las ciudades      y pueblos coincidan en lo posible con el día de mercado. Aparte del      bullicio y la animación, nos encanta pasear entre los puestos, además las      posibilidades para comer allí mismo aumentan exponencialmente...
   Si nos animamos a      visitar la Alsacia francesa y Alemania en      navidad –un viaje totalmente recomendable- podremos comer y cenar      en los numerosos mercadillos navideños de la zona. Todo el grupo de amigos      campistas somos unos auténticos forofos de la navidad alsaciana y      germánica y nos encanta volver siempre que podemos, tanto por la belleza      de sus pueblos como por los festines que allí nos pegamos.
   En suma, que en      cuestiones de preparación del viaje siempre viene bien tener en cuenta la      gastronomía local de los países y lugares que visitemos, además de      ocuparnos, antes de salir de casa, de todo lo relacionado con la      intendencia. Ahorraremos tiempo y dinero.
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