Relato sin terminar de afinar.
En breve estará listo, con los enlaces operativos, además de las fotos.
Disculpad, entretanto, las molestias.
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La “Fiesta del Limón”de Menton y la Costa Azul - 2007.
La “Fiesta del Limón”y los carnavales franceses.
Si no conocéis “La Fête du Citron” (La Fiesta del Limón) que se celebra en la localidad francesa de Menton, en la Côte d’Azur, durante los carnavales, os animo a seguir leyendo porque no sería nada extraño que un febrero cualquiera acabárais dándoos una vuelta por allí.
La famosa y glamourosa Costa Azul francesa goza de un benigno clima en invierno que atrae, como moscas a la miel, a miles de visitantes. Seguramente por eso los carnavales de Niza y Menton tienen tanta fama.
El de Niza por sus multitudinarias cabalgatas de grandes muñecos de cartón-piedra –que recuerdan “muy de lejos” a los de nuestras Fallas- y el de Menton, por sus originales, coloristas y gigantescas figuras hechas con naranjas y limones, pues es zona famosa por sus cítricos.
Un día recibimos uno de esos “powerpoint” que abarrotan la “bandeja de entrada” de cualquier usuario de correo electrónico y las vistosas fotos de “La Fête du Citron” nos pusieron la miel en los labios. Tanto que en febrero 2007 partíamos de nuevo hacia la Costa Azul dos años después de la última visita. Leer más en el viaje a la costa azul y la toscana.
Conviene tener en cuenta que la zona es densa en atractivos y una semana realmente es muy poco tiempo para disfrutar bien de todo lo que allí se ofrece. Si va a ser la primera visita, deberéis seleccionar cuidadosamente aquello que más os guste, porque en el tintero seguro que se quedarán muchas cosas.
Para planificar el viaje y las visitas son muy buenas las web, www.feteducitron.com y www.nicecarnaval.com; en ellas se incluyen las fechas y horarios de los diferentes espectáculos, datos esenciales para estructurar el viaje.
En un principio pensamos en Menton como “cuartel general” - el camping municipal abre excepcionalmente durante la “fiesta del limón”- aunque con muchas dudas, ya que por un usuario de internet nos enteramos que el acceso era complicado para caravanas, pero sin dar detalles.
Como el camping está en un promontorio,era de suponer que la ruta sería estrecha y empinada, aunque las consultas por e-mail a la oficina de turismo local tampoco aclaró otra cosa que confirmar que, en efecto, la carretera era empinada y tortuosa como la canción de los Beatles.
En cualquier caso decidimos que, si una vez allí la cosa no nos convencía, nos iríamos al camping “La Vielle Ferme”, en Villeneuve-Loubet, localidad situada a 13 km. de Niza y a 50 de Menton, que ya fue nuestro camping la anterior vez y está muy bien, aunque nos quedaba algo alejado para el itinerario previsto en este viaje.
Rumbo a la Costa Azul:
El viernes 16 de febrero por la tarde, salimos de Valladolid con nuestra caravana Rápido Club 39T, de techo elevable, compañera de tantos viajes. También nos acompañaba nuestra perrita “Una”, encantadora teckel miniatura con un tamaño ideal para llevarla a todas partes.
En Francia cenamos en el área de autopista de Bidart y casi a la una de la madrugada pernoctamos en el área de Comminges, ya en zona pirenaica. A las 7 estábamos de nuevo en carretera, pues aún teníamos por delante casi 700 km. y había que llegar al camping antes de que cerrasen la recepción a las 18,30 h.; El viaje no fue plácido, el fortísimo viento frontal lo amargó bastante.
La ruta a la Costa Azul y a Italia es muy cara, al discurrir casi por completo por autopista de peaje. De Irún a Menton el coste asciende a unos 80 € para los turismos y 125 €, para autocaravanas y la inmensa mayoría de caravanas, pues los vehículos o conjunto de vehículos cuya altura supere los 2 metros pagan un recargo cercano al 50%.
No es nuestro caso, pues la “Rápido” –que es de origen francés y diseñada al efecto- no supera en carretera tal altura, aunque eso no nos libra de discutir, de vez en cuando, con algún cobrador tan celoso en su oficio como ignorante de sus propias normas.
Para saber más de la mejor ruta para llegar a la Costa Azul, e Italia, desde la frontera de Irún, (Las mejores rutas para cruzar Francia), pinchad en este enlace. Y si queréis ahorrar unos euros en los repostajes franceses, haced lo mismo en este otro.
Estando en ruta pensamos que quizás fuera prudente llamar al camping de Menton y preguntar si quedaban plazas libres, pues siendo fin de semana y en pleno carnaval, podía haber problemas de plazas. Y fue un acierto porque estaba completo hasta el lunes.
Viendo el percal llamamos asimismo al de “La Vieille Ferme”, que tampoco andaba muy holgado de plazas libres, pero nuestra condición de “antiguos clientes” fue decisiva para que nos reservasen un hueco. Y menos mal porque al llegar estaba todo a tope.
Ya sabéis, interesa reservar con antelación en época de carnavales. Si sois autocaravanistas y optáis por pernoctar fuera de camping, tened presente que no será cosa fácil. No abundan los lugares donde aparcar, pero sí las señales de prohibición. Tenedlo en cuenta. Tras acampar, pasamos el resto de la tarde en Antibes, bonita población de la Costa Azul. El comercio cierra a las 19 h, sábados inclusive.
Menton, problemas de parking y pueblos “tibetanos”:
El domingo por la mañana fuimos a Menton con dos ideas en la cabeza. Una, comprobar “in situ” si el acceso al dichoso camping era tan terrible como parecía, pues cabía la posibilidad de trasladarnos allí al día siguiente. La otra, disfrutar de la cabalgata de los domingos -“parade” en francés- que se celebra a las 14 h. en la “Promendade du Soleil”, el paseo marítimo de Menton.
Por él desfilan las carrozas decoradas con naranjas y limones, cada año inspiradas en un tema diferente. La India era el país invitado en 2007 y por eso las decoraciones le harían los honores.
En la web encontraréis fotos de las carrozas decoradas en ediciones anteriores, bastante simplonas, todo hay que decirlo. Para ver la cabalgata hay que pagar y puede verse de pie, en la acera, por 8 €/persona o en sentados en tribuna por 15 €. Las tribunas deben reservarse con antelación por internet. Hay también entradas conjuntas para la cabalgata y las “esculturas de cítricos” en los Jardines Biovès que son, en realidad, “el plato fuerte” de la fiesta y la razón del viaje, como más adelante veremos.
Llegamos a Menton a media mañana y de inmediato comprobamos que el acceso al camping era mucho peor de lo imaginado. Si fueran un poco sensatos habrían colocado hace tiempo una gigantesca señal prohibiendo el acceso a las caravanas. La carretera, en realidad una vía urbana, discurre sinuosamente con una fuerte pendiente, trufada de estrechas horquillas llenas de vehículos aparcados en las orillas, a menudo sin apenas espacio libre para que se crucen dos coches. Y no exageramos. Incluso las autocaravanas tienen problemas, pues en bastantes puntos del recorrido no pueden cruzarse con otra sin retroceder hasta donde sea posible.
Nosotros tuvimos que hacerlo con el coche para que una “Hymer” integral pudiera pasar. ¡Y antes tuvo que rectificar para trazar la horquilla!. En fin, creo que queda suficientemente claro que el camping municipal Saint Michel de Menton no es una buena elección para las caravanas.
De vuelta, envié un correo a la oficina de turismo pidiéndoles que hicieran el favor de advertir la dificultad de acceso a las caravanas, pero ni me han contestado y dudo mucho que vayan a hacerme caso alguno. Lo mejor del camping, situado en un olivar, es la impresionante vista sobre el pueblo y la costa.
Al bajar, fue literalmente imposible aparcar en Menton para ver la cabalgata y ello a pesar de dar vueltas y más vueltas. La ciudad estaba literalmente tomada por el gentío. Es evidente que hay que madrugar, y mucho, si uno quiere ver la cabalgata porque de lo contrario le pasará lo que a nosotros. Nos consolamos pensando en que no estaba todo perdido y aún nos quedaba la posibilidad de ver la cabalgata nocturna de los jueves, a las 21 h.
Desesperados, compuestos y sin plaza de parking, optamos por acercarnos a La Turbie, pueblo con un pintoresco barrio medieval, encaramado a la montaña, con Mónaco a sus pies.
Su principal atracción son los restos romanos del único “Trofeo de Augusto” que se conserva en Europa occidental, ya que para ver el otro deberéis visitar Rumanía. Del monumento original poco queda ya y salvo que seáis muy entusiastas de lo romano, seguramente os baste con verlo a través de las verjas traseras del parque y sin pasar por caja.
Desde la plaza del pueblo hay también una buena vista del “Trofeo”. En uno de los comercios vimos un cartel anunciando, para el día siguiente, “La batalla naval de flores” en Villefranche sur Mer. Como la cosa tenía buena pinta, decidimos no perdérnosla. En la foto, barcas de pescadores engalanadas con flores navegaban frente al muelle abarrotado de gente…
A continuación nos marchamos a Saorge, uno de los llamados “pueblos tibetanos” que abundan en la zona. Sus casas colgantes, que escalan por la escarpada montaña, recuerdan realmente a los del “país del Yeti”, que hemos visto en foto, claro. Y es que la Costa Azul es muy montañosa, albergando en su interior espectaculares gargantas y pintorescos pueblos y no sólo playas y pueblos costeros glamurosos.
Desde la carretera se aprecian perfectamente las casas colgantes y tampoco faltan miradores para las inevitables fotografías. Al contrario de lo que se pudiera pensar, el pueblo, de estrechas callejuelas, no destaca por su ambiente “turístico” –algo que mucha gente agradecerá- aunque no faltan restaurantes, tiendas de artesanía y de productos típicos. Por su tranquilidad es más una buena base para hacer excursiones, escribir unas memorias o entregarse a la meditación, aunque sólo sea por hacer honor a su supuesto “carácter tibetano”.
En cualquier caso es un destino interesante para descubrir un aspecto poco conocido de la Côte d’Azur, más allá de playas, suntuosas villas y yates de lujo. Para ir de Menton a Saorge es preciso entrar en Italia, ya que la revirada carretera discurre entre ambos países.
Terminamos la jornada en Ventimiglia, localidad fronteriza italiana. Al ser domingo, no había mucho ambiente por la calle, pero su condición “aduanera” se deja sentir claramente en la multitud de tiendas –la mayoría abiertas ese día- que abarrotan la calle principal, atrayendo con “cantos de sirena” –o sea, bajos precios- a sus vecinos franceses.
Según nos contó el dueño de una de ellas, las bebidas alcohólicas cuestan un 20% menos que en Francia, aunque para nosotros no sea ningún chollo, pues los precios aún son más altos que en España.
Multitud de productos italianos pueblan los estantes y son una constante tentación para el visitante. Recomendamos los “Babá di Sorrento”, exquisitos bizcochitos emborrachados en ron o “limoncello”, licor italiano de limón, como su nombre bien indica.
Ventimiglia posee un casco antiguo muy “antiguo” -léase “cochambroso”- que rivaliza en cutrez con el de la vecina Sanremo. No obstante el gigantesco mercadillo de los viernes es una de sus mayores atracciones, pero de eso hablaremos en su momento.
Batallas navales de flores, mezquitas y templos budistas:
A diferencia de la tarde anterior el lunes amaneció soleado. A mediodía, no sin dificultades, logramos aparcar en Villefranche sur Mer.
El abarrotado y diminuto pueblo conserva su aire marinero tradicional, siendo la medieval “Rua Oscura” -antigua calle cubierta, de puertas y arcos ojivales- su elemento más característico. El pequeño puerto también tiene su gracia, abarrotado de grupitos de jovencitos disfrazados y preparados para la cabalgata posterior.
A las 14 h. era la hora prevista para la “Batalla naval de flores” y desde un par de horas antes ya se veían las barcas engalanadas, recubiertas de flores, entre las cuales sobresalía la mimosa, auténtica “flor nacional” de la Costa Azul.
El aire de carnaval impregnaba el ambiente. A la una de la tarde ya habíamos tomado posiciones para no perdernos detalle “de la batalla”, pero cometimos un tremendo “error logístico”. ¡No preguntamos de qué iba realmente la fiesta y lo pagamos muy caro!.
Entre la hora de “espera” y otra “extra” que cayó por su falta de puntualidad -soportando además los engolados comentarios de la locutora de turno- nos pegamos una “hartá” de esperar sólo para ver cómo las barcas –las que habían estado todo el rato delante nuestro- se acercaban al borde del muelle y “bombardeaban” al público con las flores hasta no dejar ni una. Sinceramente, la espera no valió la pena.
Por supuesto que ver las barcas adornadas merece el desplazamiento, pero creemos que es mejor llegar, verlas y luego hacer lo que apetezca, pasando de esperas no demasiado justificadas y “batalla” tan sosa como aquella.
Claro que otra posibilidad, mejor que la anterior, es aparecer por el puerto cuando comience la batalla y buscarse un hueco para verlo un rato y asunto resuelto, que lugares para ello no han de faltar.
Y así, tras degustar una porción de “Socca” –típica tortita horneada a base de harina de garbanzo- optamos por pasar el resto de la tarde en Fréjus, localidad costera a 80 km. de Villefranche.
Sin duda aquel era el día de las “esperas” porque también sufrimos un terrible atasco en Niza. Y es que desde el pueblo sólo puede accederse a la autopista bien por Niza bien por Mónaco. De haberlo sabido y a pesar de haber tenido que “retroceder” hacia Mónaco, esa hubiera sido la mejor decisión sin dudarlo. Ojo también con los “niçoises”, que conducen como sus vecinos italianos, o sea como locos. Mucho cuidado.
Fréjus tiene un par de curiosidades dignas de ver. Como recuerdo de su condición de puerto militar durante la Guerra del 14 conserva dos construcciones a cual más exótica.
En las afueras del pueblo, en la carretera D4 -dirección Bagnoles, muy cerca de la salida de la autopista- encontraréis una pequeña mezquita de color rojo construida por las tropas coloniales senegalesas. No se puede visitar el interior, pero es bien visible por fuera.
Aunque más atractivo es el templo budista situado en el cruce de acceso a la ciudad con la carretera a Cannes, la D-N7, fruto esta vez de la laboriosidad de las tropas indochinas. Este sí puede visitarse, pero estaba cerrado cuando llegamos. Desde el exterior se aprecian bastante bien las estatuas y las pagodas. En ambos casos hay aparcamiento. Fréjus, como pueblo, no es demasiado interesante.
“La Fête du Citron”en Menton:
El martes continuaba soleado y regresamos a Menton para visitar las “estatuas” de naranjas y limones en los Jardines Biovès. Situado a una hora de coche desde el camping, a las diez y media de la mañana ya nos tocó aparcar muy, muy lejos del centro. Menton es coqueto y sus calles peatonales tienen mucho ambiente y mucho “aire provenzal”. Hacía realmente calor. ¡En verano aquello tiene que ser un horno!. Y aparcar, misión imposible.
La visita a los Jardines Biovès era el auténtico “plato fuerte” del viaje. La entrada al recinto es de pago y como ya he comentado, en 2007 el tema central era la India, aunque sin faltar alusiones al Mundial de Rugby que ese año se celebraba en Francia y a otros temas.
Un enorme Taj-Mahal y una diosa hindú ocupaban gran parte del jardín. Es un evento muy espectacular y desde luego vale de sobra el viaje. Al lado, en el Palais de l’Europe, se celebraba una exposición de orquídeas. En Menton y otras localidades de la zona pueden visitarse también varios jardines exóticos y de cítricos, gracias a su “microclimaq”, aunque no fue nuestro caso.
A las nueve se celebraría en Niza la cabalgata nocturna de carnaval y no nos la queríamos perder. En 2007 el tema era, por supuesto, el Mundial de Rugby.
A las cuatro de la tarde salimos rumbo al pueblo medieval de Èze, una preciosidad encaramada a un peñasco sobre el mar, próximo a Mónaco. Como tantos otros pueblos turísticos está lleno de tiendas de artesanía y de recuerdos. Tiene su propio jardín exótico y cuenta con delegaciones de las afamadas firmas de perfumes “Fragonard” y “Galimard”, cuyas centrales se encuentran en Grasse, localidad cercana a Cannes y considerada como “la capital mundial del perfume”. La visitamos la anterior vez y disfrutamos en “Galimard” de una instructiva visita guiada, en francés, por la historia y fabricación de las esencias y perfumes. Ver el anterior viaje a la Costa Azul y la Toscana, en 2005.
A las seis menos cuarto nos dispusimos –ingenuamente, todo hay que decirlo- a aparcar en Niza para estar a pie de cañón para la cabalgata nocturna… ¡si hubiésemos podido abandonar la autopista, claro, pues el monumental y gigantesco atasco para acceder a la ciudad nos hizo desistir!.
Dado que el cuerpo no nos pedía padecer semejante atasco, de varios kilómetros –sin contar la casi segura imposibilidad para aparcar- muy a nuestro pesar sacrificamos la cabalgata y optamos por hacer la compra en el supermercado. Está claro que para ver todos estos espectáculos hay que ir con mucho, mucho tiempo de antelación a los lugares en cuestión y aún.
El “Vieux Nice” y más “batallas florales”:
Y eso hicimos al día siguiente: estar a primera hora en Niza para ver a las 14 h. la “batalla de flores” en el paseo marítimo sin problemas. Tuvimos suerte en aparcar cerca de la Cours Saleya, plaza en la que se instala a diario un estupendo y pintoresco mercado de flores y frutas. El “Vieux Nice” es francamente bonito, con sus callejuelas llenas de tiendas, sus fachadas de color ocre y sus persianas verdes de estilo italiano.
A la una y cuarto ya esperábamos a que empezase la “batalla de flores” de Niza a lo largo del paseo marítimo, que consistía esta vez en carrozas, en lugar de barcas, tirando flores al personal. En evitación de males mayores nos habíamos ocupado de informarnos antes, por supuesto.
Al igual que en Menton, el espectáculo es de pago –no así las cabalgatas de carnava de Niza- al nada módico precio de 10 € por persona para verlo de pie en la calle, aunque también es posible comprar tribuna.
No obstante os contaremos un truco que os permitirá ver la batalla de flores, sentados y sin pagar, y es que estando ya en “el cercado” descubrimos fuera del recinto una enorme escalinata desde la cual se ve todo divinamente. Está en el extremo próximo a la Cours Saleya y si no llegáis muy tarde os podréis ahorrar un buen pellizco.
El espectáculo “es realmente espectacular”: más de 20 carrozas engalanadas de flores, gente disfrazada, comparsas y cometas desfilando durante casi dos horas. Muy bonita de veras. Valió la pena estar de pie y pagar los 10 euros. Nos dejó muy buen sabor de boca, la verdad.
Pasamos el resto de la tarde paseando por Niza, comiendo Socca y haciendo tiempo hasta el comienzo de la “Fiesta de la Cerveza Bávara” que tenía lugar en el pabellón de festivales, situado bastante lejos del centro y que, sorprendentemente, resultó ser un completo fiasco.
Apenas había gente, los precios de la comida y la cerveza eran literalmente abusivos –sobre todo después de haber estado en Baviera el verano anterior- y ni tan siquiera la presencia de la orquesta y los cantos típicos bávaros consiguieron que nos quedásemos. Así que, bastante contrariados, nos fuimos a cenar al camping.
Niza reúne, además del casco antiguo, otros interesantes atractivos: la promenade des Anglais –el paseo marítimo- la catedral ortodoxa rusa, la “galáctica” iglesia de Ste. Jeanne d’Arc –hecha en hormigón- o las ruinas romanas de Cimiez. Sabed que en carnaval, un día en Niza es muy poco tiempo, y fuera de carnaval, también si la intención es no perderse detalle.
Mónaco: lujo y “glamour” en un país de opereta:
El jueves llevamos a cabo nuestra segunda visita al Principado. Mónaco es otro mundo y parece mentira que en un lugar tan pequeño quepa tanto lujo como policía. Así que nada de entrar con caravana o remolque. Os echarán. Aparcar en la calle es misión imposible. Además, como el tráfico es increíble y las calles muy empinadas, hay que andarse con exquisito cuidado para no saltarse cualquier imprevisto paso cebra o ceda el paso, so pena de tropezarse con un policía. Afortunadamente no faltan parking públicos.
Por supuesto me di de nuevo el gustazo de dar un par de vueltas al mítico circuito urbano de Fórmula 1. El “circuito” no está señalizado, por lo que hay que saber previamente por qué calles discurre. Trazar la famosa horquilla del Hotel Loews; subir hacia Ste.Devote o pasar el túnel son sensaciones que un apasionado de la F1 como un servidor no se cansaría de repetir.
Mónaco nos gusta mucho. No es que sea especialmente bonito, pero tiene algo especial. Frente al Casino – el lujoso vestíbulo es lo único que puede verse sin pagar - hay un fantástico parque de especies exóticas lleno de bananeras, flores del paraíso, etc.; aunque esta vez optamos por visitar el “jardín japonés” que la Princesa Gracia hizo construir a orillas del mar.
Paseando por Monte-Carlo y por la zona comercial de La Condamine, después de ver a los ejecutivos monegascos comer sin complejos un bocata sentados en un banco al sol, decidimos que no íbamos a ser menos y frente a la piscina, convertida temporalmente en pista de hielo, hicimos lo propio. Y es que no es fácil encontrar por allí lugares para comer que no sean restaurantes de altos vuelos.
Arriba de la montaña, en el Viejo Mónaco, hay más oferta gastronómica a precios más normales. Por la tarde subimos andando –único medio permitido a los turistas- a la roca donde se erige el “Vieux Monaco”, para ver por fuera el “Palais des Princes”, la catedral – de sorprendente fachada neorrománica, que alberga las tumbas de Rainiero, Grace y otros soberanos - y el Museo Oceanográfico.
El mejor parking para visitar la roca de Mónaco – subiendo en uno de los muchos ascensores públicos que hay por toda la ciudad - es el de los “Pêcheurs”, al cual se llega bordeando el puerto deportivo. Mónaco, con sus estrechas callejuelas, algunas muy comerciales, tiene un decadente encanto.
Esta vez no entramos en el Museo Oceanográfico, el que fuera centro de trabajo de Jacques Cousteau, ya lo hicimos la vez anterior. Si lo visitáis, reservad al menos un par de horas para la visita, pero lo cierto es que salimos un poco defraudados. Quizás nuestras expectativas eran excesivas. Lo mejor sin duda es el acuario -pequeñito, pero con especies muy vistosas- y la variedad de esqueletos de cachalote, ballena, narval, etc. Sin embargo la parte dedicada al estudio oceanográfico nos resultó menos atractiva, con demasiado bicho metido en formol.
De mercadillos por Italia:
El viernes lo reservamos para el famoso y muy popular mercadillo de Ventimiglia como “visita estrella” del día. Nos dimos el gran madrugón y a las ocho de la mañana aparcábamos sin problemas en la plaza del ayuntamiento, ya que luego es casi imposible dejar el coche en ninguna parte y eso que no faltan aparcamientos. ¡Qué raro, eh! A las diez de la mañana la explanada estaba a tope y la cola de coches era kilométrica. Y eso un 23-F cualquiera. En verano la cosa tiene que ser de órdago, calorina aparte.
El mercadillo es enorme y funciona de 8 a 17 horas en invierno y hasta las seis en verano. En general los productos son de buena calidad y no es raro ver bolsos de marca a 200-300 € o más. Dejan bien claro que son originales, aunque creerlo o no ya es cosa de cada uno.
Tras visitar también el pintoresco mercado de abastos del pueblo, nos fuimos a Sanremo, famosa por su festival de la canción en los años sesenta y supuestamente una elegante localidad costera. Si dijésemos que nos gustó, mentiríamos. Esperábamos algo bastante más señorial que lo allí encontramos.
El comercio cierra a la una, así que apenas dispusimos de media hora para deambular por las calles antes de quedar desiertas. Aparcamos en la O.R.A. -que funciona con curiosos tiqués en plan “rasca y gana”, que se compran en kioscos y tiendas. “La Pigna”, el casco antiguo de Sanremo, cutrísimo, con fachadas sucias y desconchadas, no nos gustó nada y nos fuimos al camping a comer. El resto de la tarde lo pasamos en Antibes.
Regreso a casa:
Lógicamente en este viaje hemos dejado en el tintero localidades tan interesantes como Cannes, Saint Tropez, Saint Paul de Vence o Grasse, cuya visita recomendamos encarecidamente y que ya visitamos en el anterior viaje a la zona.
Ya queda a gusto de cada cual organizar el itinerario de un modo u otro, pero si disponéis de dos o tres días extras, seguro que los disfrutaréis de veras.
El sábado, tras departir amigablemente con los vecinos de parcela franceses y alemanes, nos pusimos en ruta, en la que tampoco faltó ni la lluvia ni el viento de cara. Pernoctamos, al igual que a la ida, en el área de Comminges y el domingo por la tarde entrábamos en casa contentos y satisfechos tras unas buenas vacaciones invernales que con menos problemas de aparcamiento hubiesen sido aún mejores.